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20 AL 25 DE SEPTIEMBRE
USHUAIA

miércoles, 29 de septiembre de 2010

LA LECTURA, una oportunidad para desvendar el mundo

Conferencia

Graciela Bialet

Cuando Guille Visintín a traves del PNL, me invitó a este Encuentro para hablar sobre "literatura y sociedad", me sumé entusiasta pensando en el intercambio con colegas y lectores (sobre todo pensándonos aquí en este maravilloso "fin del mundo"), pero después me arrebató una suerte de pánico y fobia. Pensé largas horas por qué me sucedía eso, a qué me resistía (no en vano uno tiene tantos años de diván a cuestas y sabe que las resistencias no son gratuitas) y hallé todo tipo de excusas pedestres:
desde los "claro, me invitan a hablar de sociedad porque escribí esa novela 'de los sapos' hablando de derechos humanos y temas políticos sociales", ahora ya tengo el rótulo de escritora 'comprometida', parecido al de esas disquisiciones de literatura femenina como si alguien hablara de literatura masculina... o nombrando a la literatura para niños como una subliteratura... y seguí con todo ese tipo de argumentos.

No conforme con esos reproches se me ocurrieron nuevos para contrargumentarlos: pensé que en realidad estaba un poco paranoica y recordé las razones del francés Marc Soriano1 al referirse a los tabúes y clima de encasillamientos que se generan a la hora de tratar temas sociales conflictivos a contrapelo de la cultura oficial que mira como modelo social a la familia Ingals. Él analiza que "las obras que se ocupan de estos problemas se consideran comprometidas, las que los ignoran son artísticas." Y yo, que quieren que les diga, prefiero ser "artística" como todos... ¡más vale!

También recordé que a los pocos días de circulación de la novela de los sapos, un colega que se creía bien intencionado me susurró al oído un "¿sos conciente de que a partir de esa novela sos candidata a las futuras listas negras?" a lo cual respondí, con cara de H. Bogart en Casablanca, un "¿eso es una amenaza o una advertencia?", pero confieso que se me erizó la espalda.

Lo cierto es que hablar de literatura y sociedad me da como urticarias porque no puedo evitar recordar los espantosos años de censura y represión, y tengo que hacer un verdadero esfuerzo para mirar más atrás, cuando una era una pelilarga más de todos aquellos que creíamos que era posible cambiar el mundo... y poner nuevo rumbo a la alegría popular... y cantábamos que podíamos salvarnos todos sin tirar a nadie de la balsa... y que el horizonte era una utopía posible... y que caminando todos juntos cambiaríamos el rumbo de la historia... y estábamos dispuestos a crucificarnos por la patria liberada... y no nos quedamos inmóviles al lado del camino porque teníamos todo para ganar y nada por perder.

Y no fue así, nos pasaron por encima. Tal vez un poco de culpa la tuvo Gabriel García Marquez por no haber escrito a tiempo en "El otoño del patriarca" diciéndonos que no fuéramos pendejos que la patria era estar vivos.
Gabriel García Marquez por no haber escrito a tiempo en "El otoño del patriarca" diciéndonos que no fuéramos pendejos que la patria era estar vivos.

Nos pasaron por encima... nos llevaron puestos y se llevaron a los nuestros, y entonces uno no podía creer lo que escuchaba, y el horror y pánico pudieron con la sociedad y la arrasaron para montar el circo de consumo e individualismo de los 90 donde la literatura corrió la suerte y el destino de su pueblo, de sus creadores desaparecidos, de sus escritores muertos de miedo, y de aquellos que se subieron a la ola del exitismo de los medios de comunicación que compraron también sellos editoriales, y organizaron pools para vender palabras y lavar dinero del narco con la misma moneda de cambio.

Y cuando me escucho pensando así me digo "resentida" lo que más te duele es la derrota (como dijo Juan Gelman). "¿Acaso no ves que ahora uno puede ir a donde quiere y que tiene plena libertad de leer lo que se le da la gana, desde Cohello hasta Giardinelli en la misma mesa de saldos? ¿Qué es lo que te molesta, que haya libertad de ideas y expresión?"
Entonces me corrijo y pienso que NO, nada fue peor que la represión de ideas y la quema de libros ni la resolución ministerial de Harguindeguy prohibiendo la lectura de Paulo Freire en los profesorados; pero se me parte el alma cuando voy a las escuelas de los barrios pobres de las grandes ciudades y veo que los libros que llegan desde los planes de lectura, pciales o nacionales están en cajás, bien guardados e impolutos... para que no se deterioren... y entonces me rebrotan las broncas y las preguntas (sin mi permiso, que no quiero vivir conflictuada como una psicobolche de los '70) y pienso que para qué “caray...” sirve la libertad de expresión a quien no se puede expresar porque le arrebataron su derecho a ser lector...

Y a veces hasta me corrijo los “carachos, caramba, carajos...” porque a ningún Ingals no le gustaría escuchar una mala palabra en este lugar... y le doy la razón a aquella madre de una adolescente que leyó "Los sapos de la memoria" y fue a la dirección del colegio a quejarse de ESE libro con palabrotas que le había recomendado la profe de literatura... y trato de reescribir (o reformular, como dicen ahora los pedagogos de la enseñanza de la lengua y la literatura) como podría haber escrito la situación en que Camilo, ese personaje hijo de desaparecidos, se entera de las torturas y suerte corridas por su madre en el informe de la CONADEP... y me consuelo pensando que jamás hubiera dicho el pibe "oh... Recórcholis, qué malos fueron esos militares que mataron a mi mamá" y que menos mal que puse "¡Malditos hijos de puta!" en el libro, aunque lo lean púberes y aunque Charles Ingals se retuerza.

Había pensado hablar de literatura y sociedad de modo que NO me hiciera pensar en lo que me da algo de miedo y mucha rabia y apelé inicialmente a buscar un modo más "¿académico?" pensar en lo que me da algo de miedo y mucha rabia y apelé inicialmente
a buscar un modo más "¿académico?"

Recurrí a definir la literatura desde una perspectiva discursiva para referirla a las prácticas sociales, que según Bajtín, organizan la comunicación a través de diversos tipos de enunciados estandarizándose (precisamente para favorecer el ejercicio de estas prácticas) y conformándose en lo que él denomina "géneros discursivos"2 . Por estar estos condicionados por las prácticas sociales, son históricos, o sea que se modifican, se transforman y hasta pueden desaparecer.

Entonces la literatura no puede evitar meter miedo, me dije... "hay desapariciones por todas partes"...

Van Dijk señala que existe un cuerpo de características -gramaticales, estructurales y temáticas- a las que llama "marcas", las cuales definen en un determinado contexto social histórico qué es y qué no es literario."3 .
Ese contexto social histórico le impregna particulares visiones del mundo, una "estructura de valores (oculta en gran parte) que da forma y cimientos a la enunciación de un hecho" 4, o sea que toda literatura está impregnada por una ideología y para bien o mal de un bando u otro, ya sea de compromiso o de asepsia, fija una mirada ideológica de la sociedad.

Los lenguajes literarios no son uniformes, indiferenciados, idénticos, ni homogéneos. A lo largo de su historia fueron relacionándose de maneras distintas no sólo con los demás discursos, tomando prestado y prestando modos, formatos y texturas de los discursos sociales vigentes en determinado período, sino además con los constantes temas que desde siempre han causado pasiones existenciales en los humanos, mirados desde la realidad social en curso. La literatura le dice cosas a la gente, sobre la gente, por eso le es imposible desprenderse del entorno de su sociedad.

Es importante recordar también, que la literatura, como dice el cartero de Neruda retratado por Skármeta, no es de quien la escribe, sino de quien la necesita. Al decir de Eco, quien lee resignifica y da sentido al texto. Organiza ideas.

Leer en general, y literatura en particular, exige al lector el anclaje permanente sobre esquemas representativos previos. La única posibilidad de dar sentido al texto es cargándolo con nociones particulares, o sea, reescribiéndolo mentalmente a partir de un contexto social y cultural particulares. Entonces quien lee completa los espacios de significado de acuerdo a su propia enciclopedia y referenciando ideológicamente el texto.

El lector recrea. Quien escribe relee y corrige. Reformula, una y otra vez hasta lograr la comunicabilidad deseada. Dice Barthes que "la corrección es infinita, no tiene sanción segura" y "la escritura, no su publicación, es el fin mismo de la obra" porque las palabras en su organización comunicativa son la resolución de las ideas y entonces "escribir y pensar son una sola cosa, la escritura es un ser total" y "la escritura, no su publicación, es
el fin mismo de la obra" porque las palabras en su organización comunicativa son la resolución de las ideas y entonces "escribir y pensar son una sola cosa, la escritura es un ser total".

Quien no necesite reflexionar sobre su práctica humana, quien no sienta el impulso irrefrenable de justificar su existencia preguntándose una y otra vez por qué cree uno en lo que cree, quien no vea el horizonte compartido del que hablan Birri y Galeano, ese que se asemeja a las utopías y que sirve para eso, para seguir caminando, no experimentará que la literatura es una balsa y a la vez una tribuna, un acto de resistencia. "¿De resistencia a qué? A todas las contingencias. Todas: sociales, profesionales, psicológicas, afectivas, climáticas, familiares, domésticas, gregarias, patológicas, pecuniarias, ideológicas, culturales o umbilicales.
Una lectura bien llevada salva de todo, incluido uno mismo" (Daniel Pennac6) .

Voy a confiarles un secreto: yo creo que un autor asume este acto de resistencia porque no puede despojarse de ideología para pintar su mirada de la sociedad, y no lo hace, sencillamente, porque no puede hacerlo, porque digan lo que digan los críticos y las revistas especializadas, los escritores no escriben literatura... es en realidad la literatura, desde la resistencia, quien los escribe a ellos.

A nadie escapa en nuestro circuito de profesionales del libro infantil (escritores, editores, ilustradores, promotores, bibliotecarios…) que este espacio está poblado de numerosos nuevos miembros. Sobreabastecido, opinan algunos. Abundan copiosos catálogos de textos didactistas, de escrituras para niños maniatados, dentro del corral como los define G.
Montes. Buena y mala LIJ. ¿Quién me presta el verdadómetro para medirla, para pesarla? He escuchado justificaciones de autores que consolidan su escritura sobre la funcionalidad de “lo que quieren leer los pibes”, hasta aquellos que se rasgan vestiduras de ser escritores de culto dentro del género y pagar por ello un precio de exclusión… y corren a buscar agentes publicitarios para conseguir prensa y premios… La Biblia y el calefón.

Entonces, desde mi sencillo lugar de pensadora, me atrevo en voz alta a preguntarme de nuevo ¿cuál es el campo de intervención de la LIJ? Son los textos y los libros como objetos de arte en sí mismos, o son los textos dedicados a un sector poblacional puntual y adjetivo como lo es el de infancia. Y me viene de repente el libro de Malicha “El niño, la literatura infantil y los medios de comunicación masivos” y veo y releo que hasta en el título, ella primero miró a la infancia y luego al producto cultural LIJ.

Malicha definía a la infancia como una territorio especial, gustaba citar a Borges diciendo que “la infancia es la patria del hombre”. Y yo creo que cuando uno piensa en la literatura para chicos, el “para” condiciona, sí, para que nos detengamos a mirar con especial cuidado esta expresión artística.
Borges diciendo que “la infancia es la patria del hombre”. Y yo creo que cuando uno piensa en la literatura para chicos, el “para” condiciona, sí, para que nos detengamos a mirar con especial cuidado esta expresión artística.

Como dice Lidia Blanco, catedrática de la UBA, “Los que elegimos este espacio para trabajar, se entiende que lo hacemos por amor y compromiso con los niños y los jóvenes.” ¿Y vuelvo yo a preguntarme? ¿Hasta dónde llega nuestro compromiso? ¿El compromiso con el arte es anterior o posterior al que tenemos con los pibes? ¿A qué infancia nos referimos: a ésa que se salva de todos modos porque come y accede a los básicos recursos? O a los niños/as desrealizadas que abunda más de lo que queremos tolerar.

Cada uno de nosotros está constituido por las palabras. Las que nos dijeron, las que nos cantaron, las que nos escribieron. Pero también somos productos de las que no llegaron a nosotros en ninguna versión.
Y entonces me recontra pregunto si toda esa literatura supuestamente desideologizada que pulula en las librería, llenas de princesas y ángeles, brillantina y cuac cuac… es tan ingenua, e incluso esa que podríamos definir dentro del arte decorativo: bonitos libros, grandes, desplegables, con maravillosas ilustraciones pero huecos como tinajas agrietadas. Y también me preocupa que se escriba tan poco para chicos acerca de los contextos y realidades de la sociedad contemporánea, porque les confieso que uno de mis editores una vez me rechazó un texto diciéndome “ufa, che, después de “Los sapos de la memoria” vos nunca con un conejito pascual”… y ja, ja, pero de esto no se habla y le estaba presentando una nouvelle que trata acerca del acoso y el abuso, para niños muy pequeños.
Me llegó una crítica supuestamente descalificadora que decía que en “Los sapos…” hacía guiños ideológicos. Pues claro, es una novela profundamente ideológica creada para denunciar la represión y la búsqueda de memoria y justicia… ¿y eso es malo?... Acaso los que escriben autoayuda no hacen guiños y cabezazos ideológicos… pues sí… la del individualismo a ultranza. Las obras con buenas técnicas de escritura (algunos las autotitulan “Sustantivas”) , “de oficio”, las llamo, esas que cuando acabás el libro no sabés de qué se trató ¿no tienen ideología?… pues sí… la que metadice “Mírenme, qué bien escribo, tan bien que les hago creer que cuento una historia… porque lo que importa no es el mensaje ni quien lee sino YO, YO, YO”, ¿y a esos textos los círculos legitimadores las consideran artísticas?…

Me temo que estas NO lecturas de temas sensibles, emotivos, conflictivos, políticos, de crítica social, no sólo propicien la legitimación de textos más “llevaderos o comerciales”, sino que excluyan de la reflexión ideas superadoras e incluso otras más originales de las que conocemos e imaginamos y que pueden cambiar el curso de mundo imaginario (como ya se sabe, la realidad supera a la ficción…) tal como lo hizo en su momento Mark Twain con El príncipe y el mendigo y Charles Dickens con David Copperfield revelando las crueldades a las que eran sometidos los jóvenes del siglo XIX... o El Quijote, Cien años de soledad o La torre de cubos de laura Devetach, que se pararon a contrapelo del establishment literario de época.

Hay tanto chico desarrapado… ¿la LIJ puede no involucrase con la infancia?, esa que necesita comer y contención, pero también que lean en la escuela, porque si no es en la escuela, nunca de los jamases verá el formato de un libro u oirá la voz de alguien leyendo y logrando la magia de entrar en la burbuja multicolor del arte literario donde todo puede suceder, donde fluyen mieles, y los pulgarcitos vencen a los gigantes (como decía Graciela Cabal), y se sueña hasta arrebatarle a la Reina de Corazones su infelicidad.

En este mundo llenos de TICs, globalizado de inmundicias, que parece a veces mostrar pequeños atisbos de cordura cuando aparecen las primeras grietas del imperio, ese nefasto imperio del dinero que ha llevado al mundo en los últimos años, con tecnología de punta, a hacer ricos demasiado ricos y pobres por demás pobres, -y los pibes son los más pobres entre los pobres, los que más mueren en las guerras y por falta de protección, los más excluidos de los márgenes del banquete de otros-. ¿La LIJ puede, siendo un arte dedicado a los niños, mirar para otro lado?

Yo digo que NO. Estamos, por elección, involucrados con los contornos. ¿Qué haremos? ¿Recogeremos el mantel por los bordes, tironearemos con fuerza para arrebatar ese tapete dejando que todo caiga donde sea y sálvese quien pueda? ¿O nos sentaremos en la mesa a compartir, solidaria y comprometidamente escribir y leer por un mañana donde la igualdad de oportunidades sea un piso posible?

Hay que ser políticamente correcto con los pibes, no sólo con la industria editorial o los circuitos de legitimación cultural.
Salgamos a buscar los libros donde se encuentren, bibliotecas, escuelas, en casa… donde sea y organicemos proyectos para hacerlos circular. Acerquemos nuestras escrituras a los que menos posibilidades tienen de acceder. Escribamos y hablemos acerca de los temas que asolan a la infancia. Hagámoslo mientras aún estemos a tiempo. Por los niños, por los libros y porque nuestro legado debe contribuir a sostener un futuro para todos.

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