CONFERENCIAS, TALLERES, PONENCIAS, TEATRO, MÚSICA, CINE, ARTES VISUALES

20 AL 25 DE SEPTIEMBRE
USHUAIA

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Conferencia del Dr. Ricardo Forster


Presentación
Filósofo, ensayista , Dr. en filosofía por la Universidad de Córdoba investigador y profesor de las Facultad Ciencias Sociales de la UBA, profesor y miembro de la Universidad de Maryland ha sido invitado en distintas universidades de Estados Unidos, México y España y en el año 2008 creó junto a Nicolás Casullo y Horacio Verbistky el espacio “Carta Abierta”. Condujo el año pasado el programa de televisión “Grandes pensadores del siglo XX” emitido el canal Encuentro. Es miembro del comité de dirección de la revista “Pensamiento de los Confines” y colaborador habitual de Página 12. Y tiene una vasta obra, no voy a leer todos los títulos. Los dejo entonces con Ricardo Foster.

Bueno, antes que nada, buenas noches a todos, la verdad para mí es un gustazo poder estar acá en Ushuaia, primera vez hacía mucho tiempo que tenía ganas de conocer estas geografías argentinas y bueno esta es una oportunidad la verdad más que interesante para poder hacerlo y para poder conversar con ustedes.
La memoria teje sus hilos caprichosamente, cada época cada generación vuelve a escribir, vuelve a interpretar y de alguna manera transforma aquello que ha quedado a nuestras espaldas. El pasado no es algo que ya está construido, que ya está definido. No es un objeto que ocupa un lugar en una vitrina en un museo, sino que el pasado es un ámbito de litigios, de diversos conflictos. Es una puja en torno a la verdad, en torno al sentido. Un mismo pasado puede ser, ustedes lo saben muy bien, interpretado de diversas maneras, pero también una época, un determinado momento cultural, político, social, modifica su pregunta el modo de relacionarse con el pasado sobre todo si pensamos ya más claramente en la experiencia argentina las lecturas que podamos hacer de doscientos años de travesía, de doscientos años de lectura laberíntica nos va a ir mostrando que cada momento que cada encrucijada reescribió su relación con el pasado. Que el pasado, en algún momento, se convirtió en un campo de batalla. En otros momentos quedó en un segundo plano, porque hubo épocas en las que hablar o discutir del pasado era discutir del presente. Épocas que sentían que no podían pensarse a sí mismas, que no podían transformar su propia realidad si de alguna manera no construían puentes de ida y vuelta con el pasado. Por ejemplo la mítica generación de los 60’-70’ discutía el presente argentino, discutiendo a Moreno, discutiendo a Castelli, a Saavedra, después discutiendo a Rosas, a Sarmiento, a Mitre, y lo hacía de tal manera que ese pasado que parecía, o que nos parece lejano, para aquella generación era un pasado que estaba metido de cuajo en su sensibilidad, en su vida espiritual, en su vida política era un ámbito de querella esencial.
Hay momentos en que la relación con ese tiempo “otro”, con ese tiempo que queda a las espaldas, hay épocas digo en las que efectivamente el pasado está allí de una manera muy intensa. Un muy interesante crítico literario, ensayista contemporáneo que se llama George Styler decía que: “las sociedades, de la misma manera que los individuos, tienen dentro suyo en sus imaginarios… en sus zonas más entrañables tienen han construido una relación con alguna forma mítica del pasado con algún tiempo maravilloso perdido. No hay individuo o no hay generación que de alguna manera no haya proyectado sobre ciertas peripecias de la sociedad o de su propia historia biográfica algún momento mítico, maravilloso o paradisíaco. Para algunos ese momento puede perfecto es la infancia. La infancia puede ser esa circunstancia única que otorga la rentabilidad de una vida. Puede ser también por supuesto un momento doloroso, un momento de profunda infelicidad. Yo soy de aquellos que se inscriben más bien en una vieja idea de Merlo Pontif, entrañable filósofo francés, que una vez tejió una frase que a mí me resulta, extraordinaria, maravillosa y tremenda. Merlo Ponti dijo que él nunca pudo recuperarse de su maravillosa infancia. Una frase tremenda, por un lado está esa relación única, entrañable con ese tiempo en el que se conforma la sensibilidad, los sueños, donde la felicidad y el miedo se conjugan y despliegan la historia de una vida, donde uno amanece en la lengua de la madre, pero también comienza a distanciarse de la lengua de los padres, donde uno es dueño, es juego, donde uno va construyendo su vida, pero también de algún modo la infancia es una territorialidad que nos marca, que proyecta sobre el futuro, que de alguna manera insiste sobre nosotros. Steiner también decía, que de alguna manera, cada época o cada generación suelen tener una referencia, un pasado, un momento de extraordinaria potencia. Él hacía en ese caso, en ese momento referencia….estaba pensado en la generación de europeos que vivieron la experiencia de la primera guerra mundial, una experiencia traumática, conmovedora, que rompió todo un mundo cultural. Y decía que esa generación tenía como pasado maravilloso perdido, detrás suyo, lo que había sido la belle epóque de las últimas décadas del siglo XIX, pero que el horror de la guerra lo había hecho estallar en mil pedazos. De la misma manera los textos culturales de casi todos los pueblos han proyectado la dimensión de lo paradisíaco, de un tiempo mítico, único, maravilloso, extraviado. No hay una ración, no hay historia literaria, no hay fecundidad poética que no esté, de alguna manera, relacionada con esos relampagueos que vienen de allá lejos en el tiempo. Y sin embargo hay épocas, y sobre todo creo que las últimas décadas del siglo pasado y, en parte todavía todos estos años que vivimos nosotros, hay épocas que suelen ser un poco autorreferenciales. Hay épocas que suelen pensar que la totalidad de la vida y de la experiencia empiezan y terminan en ellas mismas. Épocas que podríamos graficarlas como si estas paredes estuvieran forradas de espejos…todas, y la imagen que me devuelven una y otra vez es mi propia imagen. Es una época a las que les cuesta mucho pensar las deudas, la relación con el pasado o pasados, las distintas escrituras que articulan las biografías de una sociedad. Por eso a mí me parece absolutamente notable, absolutamente extraordinario este momento argentino-latinoamericano. Si lo comparamos con los años 90’, por ejemplo, años en los que ese presente absoluto parecía atravesar todas las regiones, conquistar absolutamente todas las formas de la vida, y de alguna manera el pasado era como un bochorno, algo a ser olvidado, pasado que mejor era ponerlo debajo de la alfombra porque una nueva demanda de globalización, de identidades que ya no remitían a sus propias diversidades sino que ahora parecían identidades fragmentadas o convertidas en modos equivalentes y pasteurizados para poder ser equivalentes en todas partes del mundo. De algún modo algo se ha conmovido no sólo porque estemos frente a la pregunta por nuestra historia, una pregunta que puede ser disparada por el bicentenario, sino porque de alguna manera, cada momento, o cada tiempo o cada época reinstala bajo nuevas condiciones algunas preguntas centrales para poder pensarnos de una manera radical, y de nuevo. Qué nos ha constituido, cómo nos hemos definido, qué ha pasado, qué nos ha atravesado, qué sueños, qué violencias, qué horrores se guardan de alguna manera en el interior de nuestra travesía como nación. De alguna manera la historia de una sociedad es como una biblioteca, cuando uno se enfrenta a una biblioteca y toma cualquiera de los libros, si se deja llevar por cierta dimensión del azar, el libro que abre lo conduce a un mundo, a una región que no necesariamente estaba previamente establecida antes de tomar ese libro. Una biblioteca es como una multiplicidad de ventanas que nos permiten recorrer, de una manera extraordinaria, el mundo y su vastedad. Desde lo poético, lo filosófico, lo literario, podemos incursionar mirando una biblioteca por la diversidad del mundo, por la diversidad de las palabras, de las lenguas, de las historias, de las tradiciones. Hay algo de eso en la memoria. La memoria tiene algo de elección, podemos elegir, supuestamente, algo que será recordado, pero también el recuerdo y la memoria nos toman por asalto. Borges decía en algún lugar que olvidamos para recordar, que el acto del recuerdo es también un acto de elección, a partir del cual algo queda afuera. Pero también recordamos para olvidar, es un doble efecto. Con los recuerdos sucede aquello que un viejo escritor, maravilloso escritor, que en un título dijo todo lo que se podía decir sobre la memoria y tituló toda su obra “En busca del tiempo perdido” y puso en esa imagen del tiempo perdido la posibilidad misma de sentir que el recuerdo, la memoria no es algo que de alguna manera podamos capturar de acuerdo a nuestras propias necesidades, sino que también hay algo de lo involuntario, de lo inesperado, de lo inimaginable, de lo que nos toma por asalto. La memoria tiene dentro suyo todos estos elementos que es por un lado un gesto consciente, puede ser un gesto político. Yo decía al comienzo que una sociedad, un país, convierte al pasado en un territorio de batallas. Hace del pasado una gramática del litigio, porque dependerá de la interpretación del pasado y de sus derivas lo que se esté discutiendo en el presente. No discutimos de la misma manera 1810 instalados en el 2010 que si estuviéramos instalados, imagínense por un momento, en 1990. Imagínense que la Revolución de Mayo en vez de haber acontecido en 1810 hubiese acontecido en 1795 y el tiempo de festejos del bicentenario hubiese caído en la década del 90’. Seguramente la relación con ese pasado, la relación con la Revolución de Mayo, con los doscientos años de itinerario argentino hubiera sido absolutamente diferente. ¿Qué hubiéramos festejado?¿Cómo hubiéramos leído esa historia?¿Qué imágenes hubieran pasado delante nuestro?¿Qué relato se hubiera construido?.Seguramente que aquella Argentina, una Argentina muy peculiar, una Argentina que tenía sus propias problemáticas, sus propios fantasmas, sus propios espectros, hubiera construido un vínculo con ese caminar argentino de doscientos años completamente distinto al que , por ejemplo, podemos pensar hoy. Cuando en otros contextos de la Argentina, cuando la Argentina se imaginó que su lugar de residencia quedaba allí más allá de los mares. Que su mundo cultural, su mundo biográfico, su expectativa era Europa, seguramente que esa Argentina hacía una lectura del pasado, la lectura que hacía de sus tramas histórico-culturales eran muy diferentes a una Argentina actual que siente que, como en un viejo poema de Borges, nos atraviesa un destino usurero. Que volvemos a inscribirnos en una historia latinoamericana, que América Latina palpita en nuestro interior, nos conmueve, nos cuestiona. Sentimos que hay relaciones, imbricaciones, vínculos, algunos subterráneos y otros muy evidentes con aquello que está pasando en el continente, en América Latina. Por lo tanto en el 2010, momento del bicentenario, leemos de otros modos, nuestra relación con la gesta sanmartiniana, con Bolívar, o la historia, por qué no, de los invisibles de América Latina, de aquellos que permanecieron del otro lado, excluidos, ocultados. Todo ese mundo cultural-simbólico, todo ese mundo material de cuerpos humillados sistemáticamente durante siglos y que hoy, sin embargo, aparecen bajo nuevas condiciones.
En otro contexto yo hubiese dicho, por ejemplo y sin ningún tipo de problema, la palabra “indio”. La hubiera pronunciado y nadie me hubiera dicho nada. Ahora, si pronuncio la palabra “indio”, tengo que dar una serie de explicaciones. Tengo que decir: no, perdón… aborígenes… mh…ahí tropiezo también con una palabra que no tiene una significación demasiado clara. Tengo que decir, que no sé si me sale decirla con tanta espontaneidad, “pueblos originarios”. Pero claro, hay una connotación cultural, política, social, algo que está pasando. No es la misma visión que tenemos de los mundos campesinos e indígenas después de la experiencia de Evo Morales en Bolivia, que antes de esa experiencia, sin ninguna duda. No es la misma lectura que podemos hacer de toda una travesía histórica a partir de las condiciones del presente, que vuelve a reescribir hacia atrás la historia también, porque este es un punto que me parece: fundamental y notable… el pasado no es algo, decía al comienzo, como si fuera objeto está terminado como un expediente cerrado y lo colocamos en una vitrina y lo podemos observar y si somos historiadores o eruditos, nos dirigimos a algo que ya sucedió. No, el pasado, de alguna manera, vuelve a insistir en cada época, en cada presente, y por lo tanto hay una responsabilidad en relación al pasado. Cada momento implica un tipo de lectura, un tipo de interpretación e implica también un daño o una recuperación del pasado.
Yo siempre recuerdo que durante algunos años, allí a mediados de los ochenta, por el año 86 creo que era 87, tuve la suerte de ir a dar clases a la Universidad del Comahue en Viedma. Y cuando uno llegaba, hace mucho que no voy a ese aeropuerto pero supongo que debe estar más o menos igual, la primera imagen que era impresionante era de un cuadro muy famoso que estaba allí en la pared principal de la entrada ya al aeropuerto nos mostraba al General Roca con todo su estado mayor montados a caballo y mirando al horizonte desértico. Ahí se estaba escribiendo una historia, ahí ya se estaba habilitando una interpretación de la realidad argentina, que de algún modo nos acompañó durante mucho tiempo. La palabra “desierto”, la utilización de la palabra desierto tiene connotaciones culturales, ideológicas, marca un sentido. Si yo digo: la conquista del desierto, estoy diciendo que estoy conquistando una tierra yerma, un lugar vacío, a la intemperie la estoy civilizando, la estoy trayendo a la vida, a la cultura, a la civilización. Por lo tanto ya estoy connotando y estoy ejerciendo un acto descomunal de violencia, violencia verbal, violencia retórica, violencia icónica, Pero también violencia física porque hay una relación muy profunda, intrínseca entre la violencia verbal, los modos retóricos del decir y la violencia física. Siempre se comienza “invisibilizando” al otro, preparando las condiciones para narrarlo de tal manera que quede sujeto a mi propia decisión. Entones ahí tienen un modo de construir la historia. Ese cuadro es un modo de construir la historia. Hoy, sin dudas, litigamos con ese cuadro, litigamos con ese discurso de la historia, lo pensamos desde un lugar completamente distinto. Lo mismo podríamos decir en relación a distintos momentos de la experiencia argentina. Si pensamos en los años de la dictadura, sin dudas que la experiencia de la libertad es muy diferente para un individuo cuando está atravesando la pérdida absoluta de la libertad, que, cuando ya lo separa de ese momento tan horroroso, varias décadas.
Jean Paul Sartre, yo diría uno de los últimos grandes intelectuales de aquella tradición del compromiso político, cultural, decía algo extraño y extraordinario “…que los franceses nunca habían sido más libres que bajo la ocupación alemana…”, durante la segunda guerra mundial. Esto parece un poco absurdo, la ocupación alemana, el nazismo, el fascismo, cómo es posible que alguien pueda ser libre bajo el horror bajo un sistema de opresión absoluta. Y Sartre agregaba “…porque cada acto, por pequeño que fuera, casi por insignificante que fuera, se convertía en un acto absoluto de libertad”. Por lo tanto la significación de la libertad en ese momento de pérdida radical, de opresión, de oscuridad, tenía una connotación, una potencia fenomenal. Claro, yo les decía, somos responsables respecto de las generaciones venideras y, por eso, hoy hay un gran debate en gran parte de América Latina y en muchas sociedades en las que se debate la sustentabilidad al medio ambiente, de la naturaleza. Pero también somos responsables respecto del pasado, de la memoria de aquellos que transitaron nuestro propio pasado. Es decir, si la historia o la memoria o el pasado no es algo clausurado, no es algo que está de una vez y para siempre cerrado, sino que el pasado es algo que vuelve sobre la experiencia del presente, cada generación de alguna manera lo que descubre es que su biografía, su lengua, sus palabras están profundamente vinculadas con la trama del pasad. Y acá hago un pequeño desvío, dije “palabras” hace un momento les planteaba la diferencia entre decir indio, aborigen, pueblos originarios. Cada época construye palabras propias, también toma de la cantera de la lengua otras palabras que tienen una larga historia, algunas las puede densificar, darles potencia y a otras las puede hacer enmudecer. Porque a las palabras les pasa como a las personas: se vacían, “se epilecen”, se prostituyen, carecen de sentido. Hay palabras que ya no nos dicen lo que les decían a otra generación. Hubo generaciones que sintieron que la palabra “utopía”, por ejemplo, se convertía en aquello que las atravesaba, que las galvanizaba, que les permitía pensar no solamente en un futuro lejano sino que sentían que la utopía era parte de su experiencia presente. Yo recuerdo, que hace unos pocos años, en una de las clases que yo doy en la Universidad de Buenos Aires, con chicos que ingresan a la universidad, habíamos puesto en la segunda parte del programa de ciencias políticas, hacíamos decidido hacer una genealogía de la utopía. Una historia de la utopía empezando por Tomás Moro, por Campanera, utopías renacentistas, y así hacer un viaje hasta las utopías del setenta. Pero al comienzo con la primera clase, el primer teórico, yo les preguntaba, imagínense como si yo les preguntara ahora, estos alumnos con dieciocho años o diecinueve, les preguntaba allí por el año 2002-2003, que a veces parece poco tiempo, pero hay un abismo entre una época y otra. No es la misma percepción de la Argentina en noviembre del 2001, hagan el esfuerzo, horroroso esfuerzo, por un instante de sentirse instalados en noviembre del 2001 con esa sensación del país en abismo. Todos sabíamos, eran como esos dibujitos animados en los que el personaje va corriendo y corriendo y corre por el abismo y sigue corriendo hasta mira para abajo y se da cuenta que está en el abismo y se cae. Bueno la Argentina era eso al final de los años 90’ todos corríamos y sabíamos que en algún momento íbamos a mirar para abajo y nos íbamos a desbarrancar, pero bueno sin dudas que hablar de diciembre del 2001 no es la misma mirada que puedo tener de ciertas cosas, sobre todo de la utopía, que al lado por ejemplo del 2010, al menos tenemos la posibilidad de discutirla de otro modo. Yo les preguntaba recién salidos o en medio de la catástrofe, de la fragmentación, vaya a saber para adónde íbamos a ir a parar, les preguntaba a los chicos qué resonancias tenía para ellos la palabra utopía, si me podían decir pocas palabras, una, las que quisieran sobre qué era para ellos la utopía. Y lo más llamativo es que, las respuestas en general, eran absolutamente atravesadas por la demanda de la propia época. La posición digamos más próxima a un espíritu utópico era “vagas ilusiones”, algo ilusorio, una quimera, un imposible, un sueño loco. A ninguno se le ocurría establecer una relación entre la palabra utopía y su propio presente, es decir no se le ocurría imaginar, como diría un viejo filósofo “que la utopía puede ser una energía transformadora del presente”, porque es un sueño desiderativo, es un deseo de un mundo distinto al que uno está viviendo y aunque ese otro mundo distinto no pueda realizarse nunca es una energía poderosa para hacer la crítica del presente. No hay nada más bochornoso, para una época, que perder toda capacidad de criticar su propia vida, como para un individuo, no hay individuo más ciego que aquel que no puede discutirse, que no puede discutir sus propias certezas. Decía el viejo Kant, filósofo venerable también si los hubo, decía que el individuo ilustrado y crítico era aquel que era capaz de hacer un uso crítico de su propio entendimiento. Pero qué significaba hacer un juicio crítico del entendimiento, no criticar las certezas del otro, Kant decía que eso era muy sencillo, lo más difícil es atravesar con los ojos de la crítica las propias certezas, para ver si uno se sostiene en su mirada de sí mismo y del mundo.
Y, de algún modo, uno puede decir que hay épocas que son raras y por eso son, en algún sentido, extraordinarias o excepcionales o anómalas en las que una sociedad se discute todo. Es difícil discutir todo, no le es fácil a una sociedad, de la misma manera que no le es fácil a una persona estar discutiendo aquello que lo conformó como individuo; discutiendo con sus padres, con sus amigos, con su mujer, lo que fuere. Y, sin embargo, hay momentos: poderosos, únicos en los que, de alguna manera, bajo otras condiciones, una sociedad discute su trama, sus dudas, su pasado, su presente, tal vez su futuro. Y lo que hace también es volver sobre las palabras, es volver sobre el lenguaje porque estamos habitados por la lengua. El mundo es maravilloso uno ve ahí hay una luna increíble allá arriba, pero si el poeta no la convierte en poema a esa luna, y si no tenemos palabras para nombrarla, la luna no es luna. Hay un poema maravilloso de Borges “Las diversas maneras de decir poéticamente la luna”.
Somos, porque hay lengua en nosotros. La lengua es la proliferación de la diversidad de los mundos. Decía Stainer, del que hablaba hace un rato, que cada vez que desaparece una lengua, y desaparecen permanentemente, lo que se empobrece es el mundo, porque las lenguas nos permiten ver el mundo en su proliferación, en su diversidad, en sus estructuras enigmáticas, en su rasgo absolutamente inabarcable. Si yo digo “perro” en mi lengua, seguramente no estaré diciendo lo mismo que lo que se puede decir en chino de la palabra perro o en alemán, o en eslavo. Cada palabra se inscribe en una memoria cultural, en una memoria del sentido, en una historia. Y hay palabras que en un determinado momento ocupan un lugar formidable. Les doy un ejemplo de otra palabra, hace un momento hablé de la utopía, si uno le hubiese preguntado a algún joven que iba camino a El Bolsón o a Caimandú o a la Selva Misionera en los años 60’ qué le significaba la palabra utopía, seguramente hubiera dicho algo diferente a lo que contestaba un joven al final de los años 90’. La palabra “revolución”, por ejemplo, es una palabra interesante. Originalmente proviene del léxico de la astronomía. La revolución es el movimiento que recorre un cuerpo desde un punto y el retorno al punto de partida, todavía hablamos de revoluciones de un motor que tiene la forma de lo elíptico, de lo circular, lo que retorna al punto de partida. En 1789 se inventó una nueva significación de la palabra “revolución”. La Revolución Francesa dijo: la revolución es el cambio radical del mundo. Tan radicales fueron los jacobinos que hicieron la revolución, que incluso le cambiaron los nombres a los meses del año, derogaron el calendario gregoriano. Imagínense, por un instante, que en lugar de llamar “septiembre” a septiembre le ponemos otro nombre. Es un cambio colosal. Levantarse a la mañana siguiente nombrando el mes del año con otro nombre. Los revolucionarios franceses, que hicieron una revolución en serio, estaban absolutamente convencidos que una revolución implicaba guillotinar a un rey, pero también cambiar la vida y el lenguaje. Y, a partir de allí, surgió el mito de la revolución en la modernidad. Un mito extraordinario, prolífico que atravesó la vida literaria, la vida política, la vida de las sociedades. Uno podría decir que hasta los años 70’ la palabra revolución connotaba “algo”, y cualquiera que pudiera dar su opinión a esa palabra seguramente tenía algo que decir en consonancia con esta idea de transformación, del cambio de la vida, de las mutaciones radicales. La revolución implicaba eso. De repente la revolución se transformó en un slogan publicitario para vender un jean o cigarrillos Parisién (vieja propaganda ¿no?). Un cuadro de Delacroix, famoso cuadro de un pintor francés representando en el siglo XIX la libertad con el gorro frigio arriba de una barricada con la bandera tricolor, los pechos al aire era la imagen también de la revolución. Bueno eso se convirtió en la publicidad para vender cigarrillos, por lo cual algo le pasó a la palabra revolución. Pero algo también le pasó, por ejemplo, a la palabra “igualdad”. En los años 90’ la palabra igualdad fue devastada, nadie pronunciaba la palabra igualdad se pronunciaban otras palabras por qué, porque el tiempo en los años 90’ estuvo signado por otras cosas, incluso hubo una especie de sociólogo, filósofo, periodista norteamericano- japonés que al final de los años 80’ se llama, porque vive todavía, y de vez en cuando insiste en escribir alguna cosa, Francis Fukuyama, anunció el fin de la historia. La historia había terminado. ¿Qué raro que es esto, no?¿Qué quiere decir que la historia terminó?. Y ya no había más historia, porque la historia era el territorio de los conflictos, el territorio de las luchas, y como había caído el Muro de Berlín y ya no había el enfrentamiento entre dos modelos diferentes de sociedad, y había triunfado la economía de mercado y había triunfado, supuestamente, la matriz ya definitiva, de la democracia liberal, la historia estaba terminada. Los años noventa se inscribieron en esa irradiación: fin de las ideologías, muerte de la historia, final de los grandes relatos y lo que pareciera que dominaba la escena eran los humores del mercado. ¿Se acuerdan?, fueron los años dominados por los economistas, por ciertos economistas. Era como volver al hombre de las cavernas que frente a una noche tormentosa sentía terror absoluto por no saber lo que pasaba. Eso era lo que nos pasaba a nosotros cada vez que hablaba un economista en los años noventa. Ya no teníamos recursos, lenguaje para decir algo diferente a lo que parecía estar escrito de una vez y para siempre: un orden mundial consolidado, la globalización. Esa palabra era mágica, uno no sabía qué decir y era la globalización. Si uno quería ser más sofisticado, y acá los periodistas son sofisticados, decía es la “posmodernidad”. En otras épocas se hablaba de la dialéctica y se hacía un gesto de esta naturaleza (extiende el dedo índice y el pulgar y, flexiona ambos dedos para formar un medio rectángulo y hace un movimiento de vaivén girando la muñeca). Bueno, esas palabras muchas veces lo que esconden es que no pueden decir lo que está pasando. La palabra globalización fue una palabra, que de alguna manera, nos atravesó, nos dejó en silencio, casi nos impidió pensar. Esto no significa, por supuesto lo que sería materia de otra conversación, que una de las características más complejas de las últimas décadas son los fenómenos, cada vez más convergentes, de homogeneización cultural, social. Un chico mexicano, un chico argentino o de Bangladesh, o de Tokio, o de París para armar distintas partes del mundo… mira, construye y tiene gustos absolutamente intercambiables como no existían en otros contextos. Estamos, sin duda, en un tiempo en que los medios de comunicación, las lenguas globales tienen una incidencia decisiva, pero también en el interior de esa experiencia global, homogeneizante, también empiezan a surgir bajo nuevas condiciones las interrogaciones respecto de la diferencia. Qué hace que yo no sea exactamente igual al otro, comienzan a emerger las preguntas por la biografía, así como un individuo no es absolutamente nadie si carece de nombre propio. Por eso los campos de concentración, en los campos de exterminio en la Alemania nazi y en Argentina a los prisioneros se les expropiaba el nombre y se les asignaba un número, porque el que no tiene nombre carece, a los ojos del represor del carcelero, carece de humanidad, porque la humanidad es un nombre, es una biografía, es una historia, es aquello entrañable que nos ha constituido. Es el sueño de nuestros padres transformado en un nombre y quien pierde un nombre, quien pierde su nombre se pierde a sí mismo. Y una sociedad se puede perder, perfectamente se puede perder. No hay garantías de que una sociedad o un pueblo, sea maravilloso o virtuoso, también puede entrar en su propia noche, en su propia locura, en su propia criminalidad, y lo sabemos muy bien. Hay un poema, un extraordinario poema, de uno de los grandes poetas argentinos que se llamaba Néstor Perlongher que se llama Hay Cadáveres. El poema mira a la Argentina desde arriba, y la Argentina se parece en un punto a un texto único escrito hace más de dos mil quinientos años atrás, por un trágico, que se llama Antígona. Antígona es aquella que quiere darle sepultura a los restos de su hermano y Creonte, el tirano de la ciudad, se lo impide. De alguna manera dos mil quinientos años de historia pueden ser leídos como las permanentes lecturas e interpretaciones de Antígona. Fíjense ustedes que Antígona es la obra de teatro más representada en la historia de la humanidad. Interesante pregunta porque Antígona es la historia del conflicto de poder, del conflicto con el poder profano, pero también del poder de los dioses. Es la pregunta por el destino, es la pregunta por los muertos. Yo les hablo, y mientras les hablo también hablan espectros, fantasmas, muertos. Cuando uno ve una biblioteca y toma un libro, cuando piensa en aquello que nos formó somos deudores de los muertos. Es decir, permanentemente estamos dialogando, lo sepamos o no. Ojalá que alguno pudiera saber de quién es deudor, pero estamos dialogando con ….los muertos. Es raro que uno pueda leer un texto escrito hace más de dos mil quinientos años bajo otras condiciones culturales, sociales, económicas y en otra lengua. Qué tiene que ver con nosotros el siglo VI o el siglo V de la Grecia de aquellos años anteriores a Cristo, y sin embargo ahí hay un texto, muchos, pero estoy eligiendo uno solamente (Antígona). Podría elegir Edipo también si ustedes quieren o Electra. Hay un texto que logra trasgredir todas las fronteras de los tiempos y sigue interpelando a cada generación, porque cada generación lo lee bajo su propia experiencia, con sus propias necesidades. Lo inventa, Antígona es permanentemente reinventada. Nosotros leemos el comienzo de Facundo de Sarmiento, comienzo majestuoso, y sin dudas no es la misma lectura que hacemos de esa sombra que está allí que la que hubiera hecho un lector en el primer Centenario, hubiera leído de otra manera la historia de Facundo. Y vuelvo sobre lo mismo: el lenguaje es algo que está siempre en lugar de litigio, de querella, de olvido y de retorno. Hoy volvemos a discutir un montón de cosas en la Argentina que hacía mucho tiempo que no discutíamos. Estamos en debate, debatiendo una historia. Tuvimos la oportunidad de observar en los festejos del Bicentenario algo muy raro, muy raro, no sólo la sorpresa de las multitudes, porque más bien el imaginario de los últimos tiempos es antagónico a la idea de multitud, más bien la multitud es el horror, porque la violencia es la inseguridad. Las megalópolis contemporáneas son lugares absolutamente peligrosos. Sin embargo, pudimos ver durante varios días multitudes: pacíficas, festivas, reflexivas. Y junto con esas multitudes que modificaban, de algún modo, ese criterio, ese paradigma para usar una de esas palabras sofisticadas de la epistemología. El paradigma era el individuo, el ciudadano consumidor “yo quiero que garanticen aquello que estoy comprando y si no que me devuelvan el importe y… yo soy dueño de mis impuestos, a mí no me vengan con que el dinero se usa para otra cosa”. Cuando de repente con que un paradigma, una idea cambiaba, y que aparecían multitudes que se entrelazaban con un relato llevado adelante por un grupo que tiene un continente y un contenido de experimentación de una estética también formidable como lo es la fuerza bruta. Digo, era difícil compaginar un tipo de gigantismo teatral en medio de una multitud que, de alguna manera, se había presentado insospechadamente. Se esperaba gente y, uso esta palabra, porque también de esta palabra se podría dar toda una conferencia. Quién es gente y quién no es gente. Y qué significa cuando uno habla, de una palabra maldita en los últimos tiempos, que ahora vuelve bajo nuevas condiciones como es la palabra “pueblo”. ¡Cuidado con usar esa palabra! . ¿Qué es el pueblo? El pueblo parecía que era ese mundo clausurado de una vez y para siempre, pero ahora ya somos sofisticados, civilizados, estamos cerca del primer mundo, todos somos gente, salvo aquellos que portan un rostro que no les permite ser gente para el relato dominante y hegemónico que se guarda el concepto de gente. Bueno, ahí apareció una ruptura del concepto de gente. Apareció la multitud, la plebe, la canalla, uso nombres literarios de un Don Víctor Hugo, Alejandro Dumas, quizás. La canalla, la plebe, la gente que venía de los suburbios, y que venía en un estado extraño, porque lo que se esperaba era, por supuesto, que ya entre ese que venía del suburbio y el relato articulado como obra de arte ya no existe relación, los puentes totalmente cortados. Y, sin embargo, durante días con colas interminables para entrar, no sé, al stand de las Madres de Plaza de Mayo o de alguna provincia. Y , después, el momento del desfile que es interesante porque tiene eso que yo intentaba transmitirles al comienzo de esta charla. Hay momentos únicos en los que el enigma del arte logra irradiar sobre un mundo social y se produce un intercambio. Son momentos únicos. Y esto no significa que el arte tenga que estar a disposición de un sentido social, de un sentido político.
Hemos aprendido que creer que el arte nos hace más virtuosos, es un error fenomenal. Creo que era Harold Bloom, crítico literario que escribió su propio canon. Que decía que ¿Por qué leer a Shakespeare? …yo confieso que fui invitado a Ushuaia a hablar de lectura, pero después también fue invitado para dar esta charla, entonces estoy mezclando las dos dimensiones en una asociación libre ¿no?. Para que no se aburran mucho esta noche tan bonita de Ushuaia. Entonces por qué leer a Shakespeare, una pregunta interesante, por qué leer Antígona, por qué leer La Divina Comedia o por qué leer Rayuela, por qué leer a García Márquez, caso de García Márquez sí, pero ya no es mi contemporáneo. Entonces Bloom da una respuesta interesante, él le decía al periodista que le preguntaba:-su yo (el de cada uno de ustedes) es un yo como el mío, más o menos común, con alguna experiencia digna de ser relatada, quizás ¿no?. Quizás cada uno de nosotros guarde alguna experiencia en su vida que pueda convertirla en relato para sus hijos, amigos, pero, en general, la mayoría de nosotros tenemos vidas comunes. Vamos a ponerles incluso el nombre de “mediocres”, vidas. Qué sabemos del amor, de la violencia, del dolor, de los celos, de la traición, sólo lo que nos han contado. Quizás alguno tuvo y algo de eso lo tocó en algún momento de la vida. El sufrimiento siempre es paridor, de algún modo, de otra mirada del mundo, mientras que la felicidad como él ve, idiotas consumados. Como el amor, es la cosa más inútil a la hora de preguntar críticamente aquello que me está pasando, porque simplemente el amor es una constitución de aquello que irradia sobre mí que me produce un estado de éxtasis y que elimina cualquier interrogación crítica. Por eso no hay nada más imposible de establecer, que es describir el objeto del amor, de una manera neutral, cuando uno está enamorado. Y no hay nada peor que describirlo cuando uno dejó de estar enamorado. Son dos mundos completamente distintos. Pero Harold Bloom decía: imagínense que a su pequeño yo, usted le pudiese agregar ese yo inconmensurable, para él Shakespeare, en realidad, le susurró a Dios y Dios creó a partir de lo que Shakespeare le susurró al oído a Dios. Esta es la imagen que tiene Bloom de Shakespeare. Por eso imagínese que usted a su pequeño yo le agrega lo que Shakespeare nos dijo a través de sus personajes: Hamlet, Macbeth, Otelo, el que ustedes quieran, Enrique III, Romeo, Julieta, le agregan lo que cada uno de sus personajes supieron de la violencia, del amor, de la traición, de la culpa. Seguramente su posibilidad de ver sería diferente. No es porque usted va a ser más virtuoso, porque si algo que no nos enseña la lectura de Shakespeare es a ser más virtuosos, más bien hay personajes que ¡son terribles!. No se trata de asociar literatura y virtud, se trata de asociar literatura, escritura, poesía, teatro, obra de arte a complejidad en bruto, a diversidad, a potencia para ver de una manera más amplia las cosas que nos atraviesan y que nos constituyen. Es como el lenguaje insisto, como les decía hace un rato, cuanto menos palabras utilizamos para describir el mundo, más pobre se vuelve el mundo. Es casi un camino de ida y vuelta, se gastan los colores. Si yo frente a un paisaje digo: ¡qué lindo!... que yo sepa de ahí no sale ningún poema. Si mis ojos descubren los colores y mi memoria central de la lengua descubre las palabras para transformarlas en lenguaje poético, seguramente el mundo será dicho de una manera diferente.
Entonces si volvemos a esto que les estaba planteando, si volvemos a las preguntas por las palabras que hemos recuperado o que estamos discutiendo. Si volvemos sobre esa escenificación, hablaba del Bicentenario. Fíjense una cosa no menor. Hago un paréntesis y vuelvo y trato de volver a hilar lo que ustedes piensan que me olvidé, pero prometo que vuelvo sobre lo que fui dejando en suspenso. La primera revolución y la más radical de las revoluciones independentistas y emancipatorias en América la hicieron los negros esclavos de Haití. Y, sin embargo nosotros, fíjense como todavía se sigue colando la lógica del prejuicio, la lógica del olvido, decimos que éste es el tiempo de los bicentenarios. Pocos recuerdan que en 1804 y 1805 los esclavos, que ya venían de rebeliones extraordinarias desde toda la década del noventa, en Haití una de las tierras más desoladas y lastimadas del planeta, no por casualidad porque Haití había recibido la venganza de los poderosos de siempre: de los franceses, de los norteamericanos que siguen lastimando esas tierras a la que también lastima la naturaleza. Pero en un momento, imagínense ustedes, es la única revolución de esclavos que conoce la historia de la humanidad. Hay un relato mítico de Espartaco, pero en realidad Espartaco era un gladiador, fue un movimiento con otras características. Pero si hay un movimiento entrañable, extraordinario, libertario y emancipatorio fue el de los esclavos negros de Haití. Y cuando elaboraron su constitución pusieron en uno de sus artículos algo descomunal e inimaginable, dijeron de ahora en más todos somos negros. Todos somos negros. Y les cuento una anécdota para que se entienda lo que quiero decir con esto. Mucho más radical que la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, para tener derechos no solo bastaba con ser hombre sino que también había que ser ciudadano. Y a los esclavos primero se los aceptó porque se impusieron los haitianos, pero después Napoleón reintrodujo o intentó reintroducir la esclavitud y vino nuevamente la lucha independentista. Y gran parte de la lucha por la independencia de la América sureña hay que ir a debérsela, no como nos enseñaron en los libros de historia, siempre nos enseñan la Revolución norteamericana en 1776 y la Revolución Francesa en 1789 y nadie habla de Haití. ¿Ustedes habían escuchado algo de Haití?. Salvo el terremoto salvaje, salvo el horror de la dictadura de Duvalier que todo parece que cae vaya a saber de dónde, pero nadie les relata esa otra historia. Cuando Bolívar estaba en soledad los que sostuvieron con dinero, con hombres, con tropas y alimentaron el sueño independentista de Bolívar, fueron los independentistas haitianos.
Me cuenta un amigo, una anécdota extraordinaria, para que vean lo que es la lógica de la lengua y cómo el prejuicio habita la lengua y cómo la lengua nos hace ver de una determinada forma el mundo. Cuenta la anécdota de un negro canadiense que entra a República Dominicana. Llega en su vuelo, saca su pasaporte, se lo da a la gente.. que está allí, esta gente le da un papel que tiene que llenar que es un permiso de estadía, va llenándolo, se lo entrega y, cuando lo revisa este agente de aduana le dice acá hay un error le dice a este señor, que era negro canadiense, afro-americano, que queda más bonito. Le dice acá hay un error, usted donde dice “raza” puso “negro”, pero usted no es negro. El hombre…pensó que su español era un poco esquivo y pensó que había escuchado mal y le dice: perdón, no lo entiendo. No, no, es que usted no es negro. Entonces se mira mi padre, mi abuelo, todos somos negros. No, no, negros son los haitianos. En República Dominicana, incluso los negros dominicanos usan la palabra “negro” para referirse a los que están en la pirámide social en lo más bajo de lo bajo. Esa es una palabra que arrastra prejuicio, descrédito, desprecio. Entonces claro, este hombre no podía ver a un negro en un ciudadano de Canadá, no podía ver a un negro. Un negro es un haitiano. Los ojos miran lo que previamente hemos construido, no hay una mirada virginal, nunca, no existen las miradas virginales. Ya nacimos, decía hace un rato, con la lengua de nuestra madre y los prejuicios de la lengua de nuestra madre. También las maravillas de la lengua de nuestra madre, y vamos aprendiendo, y vamos construyendo, y estamos atravesados por todo aquello que nos constituye y que articula nuestra manera de entender el mundo.
Entonces si digo que las palabras van mutando, las formas de leer también van mutando. Alguna vez escribí un ensayo se llama “En la biblioteca”. Un día se me ocurrió preguntarme qué le había pasado a mi biblioteca en los últimos treinta años. ¿Qué le había pasado?¿permanecía igual?. Los libros que estaban ¿estuvieron en el mismo lugar desde el comienzo?¿por qué algunos libros que, por ejemplo, en los años 70’ ocupaban el centro de la biblioteca ahora, si habían sobrevivido las catástrofes y a los perros de la noche de la Argentina, estaban en el último de los estantes, ahí arrumbados o ya cubiertos de telarañas?¿por qué la biblioteca también va cambiando con el transcurso de los tiempos? Y las lecturas que fueron formidables, entrañables, únicas en un determinado momento, o para una generación, para otras no significan nada?. Por ejemplo, hay un prólogo monumental de Sartre de los condenados de la tierra de Frantz Fanon, uno de los grandes teóricos de la negritud, de la rebelión de los oprimidos, que en los años 60’ se vendía como pan caliente. Ahora … de a poquito…Fanon vuelve, pero relativamente, ya nadie puede leerlo del mismo modo. O fíjense en 1964 a Sartre le dieron el Premio Nobel ¿Saben lo que hizo Sartre?. Lo rechazó…uno diría ¡está loco! ¡Un millón doscientos mil dólares! ¡El premio Nobel!. En el contexto de 1964 el gesto de Sartre, era un gesto de época. Era un gesto que estaba vinculado a una forma de ver el sistema. Sartre dijo no me interesa ese premio. Hoy todos queremos… ojalá que el Comité de Oslo les dé a las Abuelas de Plaza de Mayo el Premio Nobel, sabiendo que ese Premio Nobel hace poquito se lo dieron a Obama, no sólo antes de que Obama hiciera nada, sino una vez que había hecho lo que ya sabemos que hizo, pero…bueno. Cada época le da una significación distinta y ahí está el discurso memorable que dio García Márquez cuando le entregaron el Premio Nobel. Sartre dijo: no, porque era otro contexto, otro momento histórico.
Para no irme muy largo y habilitar las preguntas porque ..(Mira su reloj). Lo que me interesa y me interesaba transmitirles es esta relación, este vínculo con la lengua, con la memoria, con los libros, el vínculo entre el pasado y el presente, la manera de cómo el tiempo es una construcción, el modo de cómo el lenguaje nos habita, el modo de cómo hay una querella en el interior. De la manera a través de la cual decimos, mostramos, construimos sentido. Volviendo al comienzo, seguramente que la sorpresa que tuve al ver ese cuadro en el aeropuerto de Viedma en 1986, fue de un carácter distinto a la que hoy tenemos frente a ese mismo cuadro, cuando otra es la contemporaneidad de América Latina, y otra es nuestra lectura de la historia de nuestro propio país. Y, cuando tomamos esta representación, este relato: estético, político de la historia, porque todo relato de la historia es político también, esencialmente político, también estamos recuperando esa palabra. En los años 90’ era una palabra prostibularia, una palabra vacía, una palabra basura, una palabra asociada a lo peor. Y hoy volvemos, junto a otras palabras, a recuperar una palabra que estaba dañada sin la cual no hay transformación más equitativa, más solidaria y más igualitaria de la sociedad. Sin política una sociedad termina bajo el dominio de los gerenciadores de empresas, que fue la gran utopía de los años 90’. Que estas sociedades fueran gerenciadas por gerentes: Collor de Melo en Brasil, Fujimori en Perú, los herederos millonarios en Argentina …gerentes.
Cierra su conferencia Ricardo Foster. Se habilita la conversación con el público presente.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

LA LECTURA, una oportunidad para desvendar el mundo

Conferencia

Graciela Bialet

Cuando Guille Visintín a traves del PNL, me invitó a este Encuentro para hablar sobre "literatura y sociedad", me sumé entusiasta pensando en el intercambio con colegas y lectores (sobre todo pensándonos aquí en este maravilloso "fin del mundo"), pero después me arrebató una suerte de pánico y fobia. Pensé largas horas por qué me sucedía eso, a qué me resistía (no en vano uno tiene tantos años de diván a cuestas y sabe que las resistencias no son gratuitas) y hallé todo tipo de excusas pedestres:
desde los "claro, me invitan a hablar de sociedad porque escribí esa novela 'de los sapos' hablando de derechos humanos y temas políticos sociales", ahora ya tengo el rótulo de escritora 'comprometida', parecido al de esas disquisiciones de literatura femenina como si alguien hablara de literatura masculina... o nombrando a la literatura para niños como una subliteratura... y seguí con todo ese tipo de argumentos.

No conforme con esos reproches se me ocurrieron nuevos para contrargumentarlos: pensé que en realidad estaba un poco paranoica y recordé las razones del francés Marc Soriano1 al referirse a los tabúes y clima de encasillamientos que se generan a la hora de tratar temas sociales conflictivos a contrapelo de la cultura oficial que mira como modelo social a la familia Ingals. Él analiza que "las obras que se ocupan de estos problemas se consideran comprometidas, las que los ignoran son artísticas." Y yo, que quieren que les diga, prefiero ser "artística" como todos... ¡más vale!

También recordé que a los pocos días de circulación de la novela de los sapos, un colega que se creía bien intencionado me susurró al oído un "¿sos conciente de que a partir de esa novela sos candidata a las futuras listas negras?" a lo cual respondí, con cara de H. Bogart en Casablanca, un "¿eso es una amenaza o una advertencia?", pero confieso que se me erizó la espalda.

Lo cierto es que hablar de literatura y sociedad me da como urticarias porque no puedo evitar recordar los espantosos años de censura y represión, y tengo que hacer un verdadero esfuerzo para mirar más atrás, cuando una era una pelilarga más de todos aquellos que creíamos que era posible cambiar el mundo... y poner nuevo rumbo a la alegría popular... y cantábamos que podíamos salvarnos todos sin tirar a nadie de la balsa... y que el horizonte era una utopía posible... y que caminando todos juntos cambiaríamos el rumbo de la historia... y estábamos dispuestos a crucificarnos por la patria liberada... y no nos quedamos inmóviles al lado del camino porque teníamos todo para ganar y nada por perder.

Y no fue así, nos pasaron por encima. Tal vez un poco de culpa la tuvo Gabriel García Marquez por no haber escrito a tiempo en "El otoño del patriarca" diciéndonos que no fuéramos pendejos que la patria era estar vivos.
Gabriel García Marquez por no haber escrito a tiempo en "El otoño del patriarca" diciéndonos que no fuéramos pendejos que la patria era estar vivos.

Nos pasaron por encima... nos llevaron puestos y se llevaron a los nuestros, y entonces uno no podía creer lo que escuchaba, y el horror y pánico pudieron con la sociedad y la arrasaron para montar el circo de consumo e individualismo de los 90 donde la literatura corrió la suerte y el destino de su pueblo, de sus creadores desaparecidos, de sus escritores muertos de miedo, y de aquellos que se subieron a la ola del exitismo de los medios de comunicación que compraron también sellos editoriales, y organizaron pools para vender palabras y lavar dinero del narco con la misma moneda de cambio.

Y cuando me escucho pensando así me digo "resentida" lo que más te duele es la derrota (como dijo Juan Gelman). "¿Acaso no ves que ahora uno puede ir a donde quiere y que tiene plena libertad de leer lo que se le da la gana, desde Cohello hasta Giardinelli en la misma mesa de saldos? ¿Qué es lo que te molesta, que haya libertad de ideas y expresión?"
Entonces me corrijo y pienso que NO, nada fue peor que la represión de ideas y la quema de libros ni la resolución ministerial de Harguindeguy prohibiendo la lectura de Paulo Freire en los profesorados; pero se me parte el alma cuando voy a las escuelas de los barrios pobres de las grandes ciudades y veo que los libros que llegan desde los planes de lectura, pciales o nacionales están en cajás, bien guardados e impolutos... para que no se deterioren... y entonces me rebrotan las broncas y las preguntas (sin mi permiso, que no quiero vivir conflictuada como una psicobolche de los '70) y pienso que para qué “caray...” sirve la libertad de expresión a quien no se puede expresar porque le arrebataron su derecho a ser lector...

Y a veces hasta me corrijo los “carachos, caramba, carajos...” porque a ningún Ingals no le gustaría escuchar una mala palabra en este lugar... y le doy la razón a aquella madre de una adolescente que leyó "Los sapos de la memoria" y fue a la dirección del colegio a quejarse de ESE libro con palabrotas que le había recomendado la profe de literatura... y trato de reescribir (o reformular, como dicen ahora los pedagogos de la enseñanza de la lengua y la literatura) como podría haber escrito la situación en que Camilo, ese personaje hijo de desaparecidos, se entera de las torturas y suerte corridas por su madre en el informe de la CONADEP... y me consuelo pensando que jamás hubiera dicho el pibe "oh... Recórcholis, qué malos fueron esos militares que mataron a mi mamá" y que menos mal que puse "¡Malditos hijos de puta!" en el libro, aunque lo lean púberes y aunque Charles Ingals se retuerza.

Había pensado hablar de literatura y sociedad de modo que NO me hiciera pensar en lo que me da algo de miedo y mucha rabia y apelé inicialmente a buscar un modo más "¿académico?" pensar en lo que me da algo de miedo y mucha rabia y apelé inicialmente
a buscar un modo más "¿académico?"

Recurrí a definir la literatura desde una perspectiva discursiva para referirla a las prácticas sociales, que según Bajtín, organizan la comunicación a través de diversos tipos de enunciados estandarizándose (precisamente para favorecer el ejercicio de estas prácticas) y conformándose en lo que él denomina "géneros discursivos"2 . Por estar estos condicionados por las prácticas sociales, son históricos, o sea que se modifican, se transforman y hasta pueden desaparecer.

Entonces la literatura no puede evitar meter miedo, me dije... "hay desapariciones por todas partes"...

Van Dijk señala que existe un cuerpo de características -gramaticales, estructurales y temáticas- a las que llama "marcas", las cuales definen en un determinado contexto social histórico qué es y qué no es literario."3 .
Ese contexto social histórico le impregna particulares visiones del mundo, una "estructura de valores (oculta en gran parte) que da forma y cimientos a la enunciación de un hecho" 4, o sea que toda literatura está impregnada por una ideología y para bien o mal de un bando u otro, ya sea de compromiso o de asepsia, fija una mirada ideológica de la sociedad.

Los lenguajes literarios no son uniformes, indiferenciados, idénticos, ni homogéneos. A lo largo de su historia fueron relacionándose de maneras distintas no sólo con los demás discursos, tomando prestado y prestando modos, formatos y texturas de los discursos sociales vigentes en determinado período, sino además con los constantes temas que desde siempre han causado pasiones existenciales en los humanos, mirados desde la realidad social en curso. La literatura le dice cosas a la gente, sobre la gente, por eso le es imposible desprenderse del entorno de su sociedad.

Es importante recordar también, que la literatura, como dice el cartero de Neruda retratado por Skármeta, no es de quien la escribe, sino de quien la necesita. Al decir de Eco, quien lee resignifica y da sentido al texto. Organiza ideas.

Leer en general, y literatura en particular, exige al lector el anclaje permanente sobre esquemas representativos previos. La única posibilidad de dar sentido al texto es cargándolo con nociones particulares, o sea, reescribiéndolo mentalmente a partir de un contexto social y cultural particulares. Entonces quien lee completa los espacios de significado de acuerdo a su propia enciclopedia y referenciando ideológicamente el texto.

El lector recrea. Quien escribe relee y corrige. Reformula, una y otra vez hasta lograr la comunicabilidad deseada. Dice Barthes que "la corrección es infinita, no tiene sanción segura" y "la escritura, no su publicación, es el fin mismo de la obra" porque las palabras en su organización comunicativa son la resolución de las ideas y entonces "escribir y pensar son una sola cosa, la escritura es un ser total" y "la escritura, no su publicación, es
el fin mismo de la obra" porque las palabras en su organización comunicativa son la resolución de las ideas y entonces "escribir y pensar son una sola cosa, la escritura es un ser total".

Quien no necesite reflexionar sobre su práctica humana, quien no sienta el impulso irrefrenable de justificar su existencia preguntándose una y otra vez por qué cree uno en lo que cree, quien no vea el horizonte compartido del que hablan Birri y Galeano, ese que se asemeja a las utopías y que sirve para eso, para seguir caminando, no experimentará que la literatura es una balsa y a la vez una tribuna, un acto de resistencia. "¿De resistencia a qué? A todas las contingencias. Todas: sociales, profesionales, psicológicas, afectivas, climáticas, familiares, domésticas, gregarias, patológicas, pecuniarias, ideológicas, culturales o umbilicales.
Una lectura bien llevada salva de todo, incluido uno mismo" (Daniel Pennac6) .

Voy a confiarles un secreto: yo creo que un autor asume este acto de resistencia porque no puede despojarse de ideología para pintar su mirada de la sociedad, y no lo hace, sencillamente, porque no puede hacerlo, porque digan lo que digan los críticos y las revistas especializadas, los escritores no escriben literatura... es en realidad la literatura, desde la resistencia, quien los escribe a ellos.

A nadie escapa en nuestro circuito de profesionales del libro infantil (escritores, editores, ilustradores, promotores, bibliotecarios…) que este espacio está poblado de numerosos nuevos miembros. Sobreabastecido, opinan algunos. Abundan copiosos catálogos de textos didactistas, de escrituras para niños maniatados, dentro del corral como los define G.
Montes. Buena y mala LIJ. ¿Quién me presta el verdadómetro para medirla, para pesarla? He escuchado justificaciones de autores que consolidan su escritura sobre la funcionalidad de “lo que quieren leer los pibes”, hasta aquellos que se rasgan vestiduras de ser escritores de culto dentro del género y pagar por ello un precio de exclusión… y corren a buscar agentes publicitarios para conseguir prensa y premios… La Biblia y el calefón.

Entonces, desde mi sencillo lugar de pensadora, me atrevo en voz alta a preguntarme de nuevo ¿cuál es el campo de intervención de la LIJ? Son los textos y los libros como objetos de arte en sí mismos, o son los textos dedicados a un sector poblacional puntual y adjetivo como lo es el de infancia. Y me viene de repente el libro de Malicha “El niño, la literatura infantil y los medios de comunicación masivos” y veo y releo que hasta en el título, ella primero miró a la infancia y luego al producto cultural LIJ.

Malicha definía a la infancia como una territorio especial, gustaba citar a Borges diciendo que “la infancia es la patria del hombre”. Y yo creo que cuando uno piensa en la literatura para chicos, el “para” condiciona, sí, para que nos detengamos a mirar con especial cuidado esta expresión artística.
Borges diciendo que “la infancia es la patria del hombre”. Y yo creo que cuando uno piensa en la literatura para chicos, el “para” condiciona, sí, para que nos detengamos a mirar con especial cuidado esta expresión artística.

Como dice Lidia Blanco, catedrática de la UBA, “Los que elegimos este espacio para trabajar, se entiende que lo hacemos por amor y compromiso con los niños y los jóvenes.” ¿Y vuelvo yo a preguntarme? ¿Hasta dónde llega nuestro compromiso? ¿El compromiso con el arte es anterior o posterior al que tenemos con los pibes? ¿A qué infancia nos referimos: a ésa que se salva de todos modos porque come y accede a los básicos recursos? O a los niños/as desrealizadas que abunda más de lo que queremos tolerar.

Cada uno de nosotros está constituido por las palabras. Las que nos dijeron, las que nos cantaron, las que nos escribieron. Pero también somos productos de las que no llegaron a nosotros en ninguna versión.
Y entonces me recontra pregunto si toda esa literatura supuestamente desideologizada que pulula en las librería, llenas de princesas y ángeles, brillantina y cuac cuac… es tan ingenua, e incluso esa que podríamos definir dentro del arte decorativo: bonitos libros, grandes, desplegables, con maravillosas ilustraciones pero huecos como tinajas agrietadas. Y también me preocupa que se escriba tan poco para chicos acerca de los contextos y realidades de la sociedad contemporánea, porque les confieso que uno de mis editores una vez me rechazó un texto diciéndome “ufa, che, después de “Los sapos de la memoria” vos nunca con un conejito pascual”… y ja, ja, pero de esto no se habla y le estaba presentando una nouvelle que trata acerca del acoso y el abuso, para niños muy pequeños.
Me llegó una crítica supuestamente descalificadora que decía que en “Los sapos…” hacía guiños ideológicos. Pues claro, es una novela profundamente ideológica creada para denunciar la represión y la búsqueda de memoria y justicia… ¿y eso es malo?... Acaso los que escriben autoayuda no hacen guiños y cabezazos ideológicos… pues sí… la del individualismo a ultranza. Las obras con buenas técnicas de escritura (algunos las autotitulan “Sustantivas”) , “de oficio”, las llamo, esas que cuando acabás el libro no sabés de qué se trató ¿no tienen ideología?… pues sí… la que metadice “Mírenme, qué bien escribo, tan bien que les hago creer que cuento una historia… porque lo que importa no es el mensaje ni quien lee sino YO, YO, YO”, ¿y a esos textos los círculos legitimadores las consideran artísticas?…

Me temo que estas NO lecturas de temas sensibles, emotivos, conflictivos, políticos, de crítica social, no sólo propicien la legitimación de textos más “llevaderos o comerciales”, sino que excluyan de la reflexión ideas superadoras e incluso otras más originales de las que conocemos e imaginamos y que pueden cambiar el curso de mundo imaginario (como ya se sabe, la realidad supera a la ficción…) tal como lo hizo en su momento Mark Twain con El príncipe y el mendigo y Charles Dickens con David Copperfield revelando las crueldades a las que eran sometidos los jóvenes del siglo XIX... o El Quijote, Cien años de soledad o La torre de cubos de laura Devetach, que se pararon a contrapelo del establishment literario de época.

Hay tanto chico desarrapado… ¿la LIJ puede no involucrase con la infancia?, esa que necesita comer y contención, pero también que lean en la escuela, porque si no es en la escuela, nunca de los jamases verá el formato de un libro u oirá la voz de alguien leyendo y logrando la magia de entrar en la burbuja multicolor del arte literario donde todo puede suceder, donde fluyen mieles, y los pulgarcitos vencen a los gigantes (como decía Graciela Cabal), y se sueña hasta arrebatarle a la Reina de Corazones su infelicidad.

En este mundo llenos de TICs, globalizado de inmundicias, que parece a veces mostrar pequeños atisbos de cordura cuando aparecen las primeras grietas del imperio, ese nefasto imperio del dinero que ha llevado al mundo en los últimos años, con tecnología de punta, a hacer ricos demasiado ricos y pobres por demás pobres, -y los pibes son los más pobres entre los pobres, los que más mueren en las guerras y por falta de protección, los más excluidos de los márgenes del banquete de otros-. ¿La LIJ puede, siendo un arte dedicado a los niños, mirar para otro lado?

Yo digo que NO. Estamos, por elección, involucrados con los contornos. ¿Qué haremos? ¿Recogeremos el mantel por los bordes, tironearemos con fuerza para arrebatar ese tapete dejando que todo caiga donde sea y sálvese quien pueda? ¿O nos sentaremos en la mesa a compartir, solidaria y comprometidamente escribir y leer por un mañana donde la igualdad de oportunidades sea un piso posible?

Hay que ser políticamente correcto con los pibes, no sólo con la industria editorial o los circuitos de legitimación cultural.
Salgamos a buscar los libros donde se encuentren, bibliotecas, escuelas, en casa… donde sea y organicemos proyectos para hacerlos circular. Acerquemos nuestras escrituras a los que menos posibilidades tienen de acceder. Escribamos y hablemos acerca de los temas que asolan a la infancia. Hagámoslo mientras aún estemos a tiempo. Por los niños, por los libros y porque nuestro legado debe contribuir a sostener un futuro para todos.

Presencia y ausencia de la matemática en la formación e investigación en los doscientos años de historia argentina

Dr. Pablo Miguel Jacovkis
conferencia
Ushuaia, 22 de septiembre de 2010

Resumen

La presencia de la matemática se nota desde el comienzo de nuestra historia independiente, cuando en septiembre de 1810 Moreno creó la Escuela de Matemáticas para capacitar militares patriotas. Y la ausencia también: en 1812 la Escuela fue cerrada a causa de la sublevación de Álzaga. Esa oscilación entre presencia y ausencia se mantuvo durante muchísimo tiempo: en 1816 se creó la Academia de Matemáticas, que se incorporó a la Universidad de Buenos Aires cuando ésta se fundó en 1821; en 1838 Rosas suprimió el salario a los profesores universitarios y la educación gratuita en la Provincia de Buenos Aires. En 1865 el Rector de la Universidad de Buenos Aires creó el Departamento de Ciencias Exactas, y a partir de 1869 comenzaron a egresar ingenieros, que necesitaban una base matemática. En Córdoba, Sarmiento creó el Observatorio Astronómico en 1871 y la Academia Nacional de Ciencias en 1873: ambos acontecimientos (especialmente el primero) contribuyeron a la formación en matemáticas en la Universidad Nacional de Córdoba. A poco de ser creada, a principios del siglo XX, la Universidad Nacional de La Plata como tercera Universidad Nacional, se creó el doctorado en matemáticas en dicha Universidad. A partir de 1917, con la llegada al país de don Julio Rey Pastor, comenzó una actividad más significativa en formación en matemáticas, y en 1936 se creó la Unión Matemática Argentina. Pero no fue hasta fines de la década de 1950, con la creación de cargos docentes con dedicación exclusiva en las Universidades nacionales y de la carrera de investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, que la matemática dejó de ser una actividad que sólo podían ejercer quienes tenían talento extraordinario, dedicación abnegada, o fortuna personal (o una combinación de estas tres características). En 1966 un golpe de estado llevó a la renuncia a numerosos profesores; en 1976 otro golpe de estado agravó al paroxismo las persecuciones políticas, y la matemática fue también afectada. A partir de la restauración democrática de 1983 la situación fue paulatinamente mejorando.
En este trabajo nos explayaremos sobre estos temas, haciendo un breve bosquejo de la historia de la matemática en nuestro país y su extrema sensibilidad a las contingencias políticas que a lo largo de nuestra vida independiente marcaron a nuestra sociedad.

Introducción

Esta presentación trata algunos aspectos, pero no todos, de la historia de la matemática en Argentina, su presencia y su ausencia en la formación e investigación a lo largo de la historia argentina. Por supuesto que es un pantallazo, y por consiguiente podrán notarse muchas omisiones; de todos modos, espero que sirva como iniciación al tema a quienes estén interesados en hurgar más a fondo en este tipo de cuestiones relacionadas con la historia de la ciencia. Al respecto, se ha mantenido muy concisa la bibliografía, exhibida solamente con el propósito de guiar a quien esté interesado a futuras indagaciones. Las referencias Babini [1986], Buchbinder [2005], Halperin Donghi [2002], Dassen [1924] y Santaló [1972] ofrecen un amplio panorama de los tópicos discutidos aquí, y usé su información en varias partes. De hecho, con un sesgo dirigido hacia la matemática aplicada, este documento debe mucho a mi artículo Jacovkis [2008]. En general, se puede encontrar documentación muy valiosa en la revista Saber y Tiempo, dedicada a historia de la ciencia (y especialmente de la ciencia argentina) y por supuesto en la larga y rica historia de la Revista de la Unión Matemática Argentina.

El comienzo

La primera cátedra en matemáticas en lo que después fue el territorio de la República Argentina fue creada en 1809 en la Universidad ubicada en Córdoba (Real Universidad de San Carlos y de Nuestra Señora de Montserrat). Era la única Universidad entonces existente en la futura República. El Deán Gregorio Funes, Rector de la Universidad (y que tuvo después una destacada participación en el nuevo gobierno surgido de la Revolución de Mayo) pagó de su peculio el salario del profesor, porque la Universidad no tenía dinero. Al año siguiente, el 25 de mayo el Virrey fue reemplazado por la Primera Junta, y comenzó un proceso que culminó con la declaración de independencia en 1816 y la derrota final de las tropas realistas en 1824 y su expulsión definitiva de Sudamérica.

El nuevo gobierno necesitaba un Ejército para combatir a los españoles, y el Ejército necesitaba oficiales competentes. Por consiguiente, en septiembre de 1810, el Secretario de la Junta, Mariano Moreno, creó la Escuela de Matemáticas en Buenos Aires. Es interesante conocer algunas de las razones de su creación, a saber, “En este establecimiento hallará el joven que se dedica a la hermosa carrera de las armas, por sentir en su corazón aquellos afectos varoniles que son introductores al camino del heroísmo, todos los auxilios que puede suministrar la ciencia matemática aplicada al arte mortífero, bien que necesario, de la guerra” (Babini [1986]). De esta manera, la Escuela de Matemáticas fue creada por el gobierno revolucionario para aplicar las matemáticas a la guerra. De todos modos, la duración de esta Escuela fue corta, y tuvo un repentino (y triste) final: fue cerrada en 1812 cuando su director, el teniente coronel catalán Felipe de Sentenach, fue fusilado pues había participado en la fallida conspiración de Álzaga contra el nuevo gobierno.

De todos modos, la matemática era necesaria para los oficiales del nuevo Ejército, por lo cual en 1816 se creó la Academia de Matemáticas, también en Buenos Aires. En 1821, cuando la flamante Provincia de Buenos Aires creó la Universidad de Buenos Aires, la Academia, se incorporó a la Universidad.

Hasta la creación del Departamento de Ciencias Exactas

La Universidad de Buenos Aires tuvo, en sus comienzos, un Departamento de Estudios Preparatorios, que incluía cátedras de matemáticas. Durante la mayor parte de la década de 1820 estuvo Avelino Díaz a cargo de las cátedras de físico-matemáticas y de geometría. Publicó tres textos, de aritmética, álgebra y geometría, respectivamente.

Pero durante casi toda esa década el gobierno central de Argentina desapareció, y la Provincia de Buenos Aires, cuya capital era precisamente Buenos Aires, quedó a cargo de las relaciones exteriores de la Nación. Después de muchos años de guerra civil, finalmente el brigadier general don Juan Manuel de Rosas estableció una dictadura como gobernador de la provincia de Buenos Aires con la suma del poder público. Aunque técnicamente era solamente un primus inter pares respecto de los gobernadores de las demás provincias, en la práctica, luego de otros varios años de guerras civiles y conflictos con Gran Bretaña y Francia, detentó un poder casi absoluto en Argentina. Debido a las crisis y a las guerras, y a su desconfianza respecto de los intelectuales en general, en 1838 Rosas eliminó el sueldo de los profesores de la Universidad de Buenos Aires y la educación libre en la Provincia. La actividad científica en Buenos Aires se redujo a prácticamente nada.

En 1852 un Ejército de las Provincias de Entre Ríos y Corrientes, con apoyo de Brasil, derrocó en la batalla de Caseros a Rosas, que renunció y huyó a Southampton, Inglaterra. La guerra civil continuó intermitentemente entre Buenos Aires y las demás Provincias. Entretanto, en 1861, el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Bartolomé Mitre (que luego de la batalla de Pavón asumiría la Presidencia de la República en 1862, comenzando así un ciclo de gobiernos constitucionales ininterrumpido hasta 1930, sin que la continuidad constitucional implicara que no hubiera guerras, alzamientos fallidos e intentos revolucionarios) designó a Juan María Gutiérrez Rector de la Universidad de Buenos Aires, cargo que ocupó hasta su jubilación en 1874. Gutiérrez consideraba que la ciencia y la tecnología eran importantes para el desarrollo del país, y en 1865 creó el Departamento de Ciencias Exactas “comprendiendo la enseñanza de las matemáticas puras, aplicadas y de la historia natural” con el fin de “formar en su seno ingenieros y profesores, fomentando la inclinación a estas carreras de tanto porvenir e importancia para el país” (Babini [1986]).

Los primeros profesores con dedicación exclusiva y su impacto

La creación del Departamento de Ciencias Exactas fue un hecho fundamental en la historia tanto de la Universidad como de la matemática y de la ingeniería, aunque no fue tan exitoso como Gutiérrez lo había planificado: con una extraordinaria visión de futuro (compartida por otros miembros de la clase dirigente argentina de su época, pero no por todos) Gutiérrez quería una herramienta para desarrollar ciencia, pura y aplicada, y tecnología en nuestro país; de este modo, bajo su gobierno se comenzaron a graduar ingenieros en la Universidad de Buenos Aires (el primero, Luis Augusto Huergo, primer ingeniero argentino, obtuvo su título en 1870). En un sentido Gutiérrez fue muy exitoso: muchos buenos ingenieros estudiaron y se graduaron en la Universidad de Buenos Aires, que permitió el ascenso social de una nueva clase media; en otro sentido fracasó: la Universidad de Buenos Aires no fue nunca una Universidad científica como llegaron a ser las grandes universidades norteamericanas y europeas. De todos modos, las acciones tomadas por Gutiérrez para llevar adelante sus proyectos fueron asombrosas: en 1865 comenzó la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay, que se complicó también con una guerra civil. En el medio de esta situación tan extremadamente difícil, que por supuesto incluyó una crisis económica, Gutiérrez confió al médico y escritor italiano Paolo Mantegazza (interesantísima figura, que había vivido en Argentina y Paraguay) la misión de contratar los tres primeros profesores con dedicación exclusiva de Argentina. Mantegazza contrató a tres científicos italianos: Bernardo Speluzzi (matemática pura), Emilio Rosetti (matemática aplicada) y Peregrino Strobel (historia natural). Después de un tiempo Strobel (que antes había llevado a cabo una expedición científica que incluyó el cruce de los Andes) retornó a Italia; Speluzzi y Rosetti permanecieron en Buenos Aires hasta su jubilación.

El Departamento de Ciencias Exactas comenzó sus actividades en 1866. Entre los primeros ingenieros que se recibieron (los “doce apóstoles”) podemos mencionar a Valentín Balbín, que en 1876 obtuvo su título de doctor en matemáticas (Ph. D.) en Oxford, de modo que fue el primer argentino con un doctorado en matemáticas. Balbín fue un ingeniero hidráulico y sanitario, profesor de la Universidad (sucedió a Speluzzi en su cátedra); además de tener varios puestos técnicos importantes en distintos gobiernos argentinos, publicó la primera revista de matemáticas en Argentina (Revista de Matemáticas Elementales), así como textos de matemática.

Las Universidades de Córdoba y La Plata

Además de ser la más antigua Universidad en Argentina (fue fundada en 1623), la Universidad de Córdoba fue la primera Universidad nacional: después de la independencia, a partir de 1820, la Universidad perteneció a la Provincia de Córdoba; en 1856 se convirtió en Universidad nacional, cuyas autoridades y profesores fueron nombrados por el Presidente (la Universidad de Buenos Aires recién se nacionalizó en 1881, después que la ciudad de Buenos Aires se convirtiera - no sin una breve y sangrienta guerra civil de por medio - en capital de la Nación, y la Provincia de Buenos Aires tuvo que buscarse otra capital). La introducción de los estudios de ciencias en Córdoba se debió fundamentalmente al Presidente Sarmiento. Durante su gobierno (1868-1874) creó en Córdoba, en 1873, la Academia Nacional de Ciencias (con un sesgo hacia las ciencias naturales; tuvo en sus comienzos conflictos con la Universidad) y el Observatorio Astronómico en 1871. Para dirigir el Observatorio designó a Benjamín Gould, un distinguido astrónomo norteamericano. Ambos hechos, y especialmente la creación del Observatorio, tuvieron una cierta influencia en el desarrollo de la matemática en Córdoba. De paso, la creación del Observatorio es uno de los actos de gobierno más impresionantes de Sarmiento, probablemente el político-estadista que más entendió la importancia de la ciencia y de la tecnología en toda nuestra historia: se necesita una idea clara de qué significa la ciencia para un país, y una voluntad fuerte, para crear un observatorio astronómico en una pequeña ciudad de alrededor de 30.000 habitantes, en un país de dos millones de habitantes, 80% de los cuales eran analfabetos, y designar un distinguido astrónomo extranjero como su director.

Una nueva “sensación” comenzó a pernear la Universidad de Córdoba después de estos cambios, y desde 1875 en adelante Oscar Doering fue profesor de matemática y de física; Doering llevó a cabo numerosas observaciones meteorológicas, magnéticas e hipsométricas.

Por su lado, la Provincia de Buenos Aires decidió crear su propia Universidad en 1897. La Universidad fue nacionalizada en 1905 (en la historia de las Universidades argentinas de la primera mitad del siglo XX podemos observar varias veces ese patrón: una Provincia creaba una Universidad, y finalmente, un tiempo después, la Universidad se nacionalizaba. Es evidente que ninguna provincia argentina tenía suficientes recursos – económicos y tal vez políticos – para administrar una Universidad). Su primer Presidente fue Joaquín B. González, una personalidad tan lúcida como Juan María Gutiérrez con respecto a la importancia de las ciencias. La Universidad empezó a conferir grados de doctor en matemáticas, y en 1906 se creó un importante instituto de física; el observatorio astronómico, creado por la Provincia en 1883, se incorporó a la Universidad cuando ésta se nacionalizó.



Julio Rey Pastor

En 1917, en medio de la Primera Guerra Mundial (en la cual el Presidente Yrigoyen mantuvo la neutralidad argentina) llegó a nuestro país el matemático español don Julio Rey Pastor (1888-1962), y la historia de la matemática en Argentina cambió para siempre. Rey Pastor, que vino invitado por la Institución Cultural Española, había obtenido su doctorado en 1909, y había realizado investigaciones de posgrado en Alemania. Fue además uno de los fundadores de la Sociedad Matemática Española. El impacto de su permanencia en Argentina fue tan importante que finalmente fue contratado en 1921 por la Universidad de Buenos Aires para dar cursos y organizar un doctorado en ciencias físicas y matemáticas. Se enamoró de una joven argentina (hija del Presidente de la Institución Cultural Española), con quien se casó, y desde entonces permaneció en nuestro país el resto de su vida, sin perder contacto con España. Cuando murió, ya retirado, era profesor emérito. Era una época interesante, tanto para España como para la Argentina: en España había una especie de “Renacimiento” de la ciencia (aunque algunos autores hablan de “Nacimiento”, argumentando que en España no se había desarrollado nunca la ciencia antes); recordemos que Ramón y Cajal ganó en 1906 el Premio Nobel de Medicina. Por su parte, la Universidad de Buenos Aires había comenzado, después de muchos años, un lento proceso de apoyo a la ciencia: además de la incorporación de Rey Pastor a la Universidad, podemos mencionar que en 1919 Bernardo Houssay ganó (con mucha oposición, justamente porque era un científico) la cátedra de fisiología en la Facultad de Medicina; en 1927 la Facultad de Filosofía y Letras contrató al distinguido lingüista Amado Alonso.

No podemos subestimar el impacto en la matemática argentina de Rey Pastor: prácticamente creó la escuela de matemáticas en Argentina. Fue sobre todo un maestro, interesado también en historia de las matemáticas, profesor en las Universidades de Cuyo, La Plata y del Sur, y escribió una impresionante cantidad de libros, entre ellos el famoso tratado con Pi Calleja y Trejo, el “ladrillo rojo” (al respecto, hay un interesante comentario en Ortiz [2005]) con el cual muchas cohortes de estudiantes (de matemática, física e ingeniería, fundamentalmente) aprendieron matemática en universidades argentinas (y latinoamericanas) durante muchos años. Una corta biografía de Rey Pastor puede verse en Babini et al [1962]; una descripción de su noble personalidad en Vera [1962]. Rey Pastor jugó un papel muy activo y prominente en la fundación en 1936 de la Unión Matemática Argentina.

La influencia de Rey Pastor tuvo un antecedente interesante: en 1910, el año del Centenario de la Revolución de Mayo, entre las muchas celebraciones podemos mencionar un Congreso Científico Internacional Americano al que asistieron dos eminentes matemáticos: el español Leonardo Torres Quevedo y el italiano Vito Volterra. De hecho (y veremos otros ejemplos), la influencia española en la matemática argentina es probablemente mucho más fuerte que en cualquier otra ciencia.

La Unión Matemática Argentina

La Unión Matemática Argentina (UMA) se fundó en 1936, como ya se mencionó. Entre sus miembros fundadores, además de Rey Pastor, Babini y Dieulefait, sobre quienes nos explayaremos a continuación, podemos mencionar a Alberto González Domínguez (1904-1982), un matemático no solamente de extraordinaria capacidad, y gran docente, sino de una vastísima cultura matemática, que le permitió siempre comprender la importancia de los distintos temas y áreas de la disciplina, aunque no fueran de su especialidad. Con la fundación de la UMA la actividad matemática se “institucionaliza” en nuestro país, y es interesante observar que su creación no solamente antecedió en varios años a la fundación de la Asociación Física Argentina (que data de 1944) sino que por muchos años la Revista que edita (la Revista de la Unión Matemática Argentina) era simultáneamente órgano de difusión de ambas instituciones (su nombre era Revista de la Unión Matemática Argentina y de la Asociación Física Argentina). Eso indica una cierta solidez de la comunidad matemática, que puede observarse en que ya a fines de la década de 1930 y durante la de 1940 comenzaron a aparecer matemáticos descollantes; aparte de González Domínguez podemos citar a Mischa Cotlar (1913-2007) y, un poco después, al más importante matemático nacido en Argentina, Alberto P. Calderón (1920-1998), quien, si bien vivió casi toda su vida profesional en el exterior (en su caso no por razones políticas sino porque las ofertas de las más importantes universidades de Estados Unidos fueron notablemente generosas) siempre mantuvo su contacto con nuestro país.

José Babini – Carlos Dieulefait

José Babini (1897-1984), uno de los discípulos y colaboradores de Rey Pastor, fue historiador de la ciencia, ingeniero y matemático, y tuvo además fuerte impacto en actividades institucionales. Babini obtuvo su título de profesor de enseñanza secundaria y cosmografía del Instituto Superior del Profesorado en 1919, y se graduó como ingeniero civil en la Universidad de Buenos Aires en 1922. Antes de obtener su título de ingeniero fue designado profesor de matemáticas en la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe; esta universidad había sido fundada en 1919 sobre la base de la Universidad Provincial de Santa Fe, que existía desde 1889. Babini colaboró en la fundación de la Unión Matemática Argentina en 1936, fue profesor y Decano de la Facultad de Química Industrial y Agrícola (actual Facultad de Ingeniería Química) en Santa Fe, y como profesor apoyó fuertemente el uso de métodos numéricos y gráficos en matemática. Durante muchos años fue el más importante especialista en Argentina en matemática numérica (recordemos que era una época “pre-computacional”). Además, llegó a ser el más importante especialista en historia de la ciencia de nuestro país, actividad en la cual tuvo una provechosa colaboración con Rey Pastor.

Después de treinta años en Santa Fe, Babini retornó a Buenos Aires (donde había nacido) y fue Vicerrector de la Universidad de Buenos Aires y Decano Interventor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de dicha Universidad luego de la caída de Perón en 1955, y reorganizó la Facultad creando cargos con dedicación exclusiva, estructurando institucionalmente dicha Facultad en forma departamental, y llamando a concursos exigentes para renovar el plantel académico, concursos en los cuales los antecedentes científicos debían ser significativos. Esas reformas convirtieron a la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales en un importante centro de investigación y enseñanza moderna de las ciencias. Babini fue también Presidente de EUDEBA, la Editorial de la Universidad de Buenos Aires, que en la década de 1960, hasta el golpe de estado que derrocó al Presidente Illia en 1966, fue la editorial científica más importante del mundo en lengua castellana. Fue también Director Nacional de Cultura durante la presidencia de Frondizi.

Por su parte, la estadística comenzó su desarrollo en nuestro país en otra ciudad de la Provincia de Santa Fe: el estadístico Carlos Dieulefait (1901-1982) fue el fundador y primer director (entre 1932 y 1956) del Instituto de Estadística en Rosario, dependiente de la Universidad Nacional del Litoral (que abarcaba unidades académicas en Santa Fe, Rosario, Paraná y Corrientes hasta la creación de universidades nacionales en esas ciudades) por intermedio de la Facultad de Ciencias Exactas, Ingeniería y Agrimensura. Diulefait fue también el primer Presidente de la Sociedad Argentina de Estadística; la carrera de estadística fue creada en 1948 en Rosario, y fue la primera en América Latina. Actualmente existen varios distinguidos estadísticos en nuestro país, entre ellos Víctor Yohai y Ricardo Maronna.

Evolución

Durante la década de 1930 llegaron a Argentina varios matemáticos europeos importantes y contribuyeron a solidificar la tradición matemática. Mischa Cotlar había llegado antes a Uruguay con su familia desde la Unión Soviética, huyendo de la guerra civil y de la revolución; no tenía ningún título hasta que muchos años después obtuvo un doctorado de la Universidad de Chicago. Luis A. Santaló (1911-2001) y Manuel Balanzat (1912-1994) huyeron de España después de la derrota de la República en 1939, y Beppo Levi (1875-1961) y Alessandro Terracini (1889-1968) huyeron de Italia después de que Mussolini, bajo fuerte presión nazi, promulgó las leyes raciales contra los judíos. Terracini fue el único de ellos que retornó a su país después de la segunda guerra mundial.

Otro matemático español que permaneció en Argentina durante la guerra civil fue Esteban Terradas e Illa (1883-1950), una personalidad muy interesante. Tenía un doctorado en ciencias exactas y en ciencias físicas, era también un ingeniero vial e industrial, miembro de la Real Academia Española de Letras y de la Real Academia de Ciencias Exactas, había diseñado la construcción del Ferrocarril Metropolitano Transversal de Barcelona, que se inauguró en 1926, y otras líneas de ferrocarril en Cataluña. Fue también Presidente de la Compañía Telefónica Nacional de España. Durante la guerra civil buscó refugio en Argentina, en el Observatorio Astronómico de La Plata, y retornó a España tras el final de la guerra. Pero mientras trabajó, fundamentalmente en La Plata, también enseñó en Buenos Aires un curso sobre probabilidades en 1937 y un curso sobre aplicaciones de la matemática a fluidos y aerodinámica en 1938. Ya había estado antes en Buenos Aires, en 1927, cuando dictó un curso sobre estabilidad.

Manuel Sadosky

El más importante discípulo de Terradas en Argentina fue Manuel Sadosky (1914-2005). Sadosky (ver Jacovkis [2005]) se doctoró en 1940 en matemáticas aplicadas con Terradas; mientras era estudiante de doctorado trabajó en el Observatorio Astronómico de La Plata. Sus maestros fueron Rey Pastor, González Domínguez (ya mencionado como importante matemático argentino, que pese a haber sido Decano de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires durante el peronismo, fue siempre respetado por sus colegas y no sufrió represalias) y Terradas. En 1946-48 estuvo en el Institut Henri Poincaré, en París, y en 1948-49 en el Istituto per le Applicazioni del Calcolo, en Roma. Sadosky comprendió muy pronto las posibilidades que habían aparecido en matemáticas con las primeras computadoras electrónicas. En 1949-1952 trabajó en el Instituto Radiotécnico de la Universidad de Buenos Aires, hasta que fue dejado cesante por su oposición al gobierno peronista. En 1952 escribió Cálculo Numérico y Gráfico, primer libro de análisis numérico en América Latina. Es asombroso que hubiera publicado ese libro antes de que llegara a nuestro país la primera computadora, y el libro tuvo numerosas reimpresiones, muchas de ellas después de la instalación de computadoras (la última edición fue de 1973, y había computadoras en Argentina desde 1960). Su libro Cálculo Diferencial e Integral (en colaboración con Rebeca Guber) fue la Biblia de muchos estudiantes durante muchísimos años En 1955, tras la caída de Perón, volvió a la Universidad como profesor en las Facultades de Ciencias Exactas y Naturales y de Ingeniería, y desde 1959 hasta el golpe de estado de 1966 fue profesor con dedicación exclusiva en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. De 1959 a 1966 fue Vicedecano de la Facultad, y de 1961 a 1966 Director del Instituto de Cálculo, una especie de Instituto de Matemática Aplicada y Computacional. Trajo a la Argentina la primera computadora instalada en una universidad, que llegó a Buenos Aires el 24 de noviembre de 1960 y a la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales el 12 de diciembre de ese año (ver Factorovich y Jacovkis [2009]). Tuvo después descollante actuación en administración científica como Secretario de Ciencia y Tecnología durante el gobierno de Alfonsín (1983-89).

Institucionalización de la ciencia

En 1950 se creó en nuestro país la Comisión Nacional de Energía Atómica (CONEA); después, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) se crearon en 1956, 1957 y 1958, respectivamente. En este sentido, la creación de agencias nacionales para promover la investigación, en áreas generales o específicas, fue un fenómeno mundial, relacionado con la necesidad (que, a partir de la segunda guerra mundial, se sintió en la mayoría de los países) de usar la ciencia y la tecnología tanto para apoyar el desarrollo como para apoyar actividades militares; en particular, la ciencia tenía entonces un prestigio considerable, y se la consideraba a veces una herramienta para el desarrollo de un modo ingenuo, esto es, como si la ciencia sola pudiera asegurar que un país se desarrollara.

En esta atmósfera, podemos recordar que el Presidente Perón mantuvo un conflicto muy serio con la mayoría de los profesores y estudiantes de todas las universidades nacionales (no había entonces universidades privadas) por lo cual muchos distinguidos científicos no pudieron tener cargos universitarios durante su gobierno; a su caída, en 1955, derrocado por un golpe militar en una sociedad terriblemente polarizada, los profesores volvieron (o fueron nombrados por primera vez) y en muchas Facultades de la mayoría de las universidades nacionales se pudo sentir un ambiente de entusiasmo: la investigación renació (o nació), se crearon cargos con dedicación exclusiva para profesores, y muchos investigadores entraron al CONICET. La década 1956-1966 puede designarse con justicia la edad de oro de la ciencia en Argentina. Sin embargo, no debemos olvidar que la polarización de la sociedad argentina durante y después del gobierno de Perón dañó mucho a la ciencia: en matemáticas se decidió disolver el Departamento de Investigaciones Científicas (DIC) de la Universidad Nacional de Cuyo, y su valiosa revista de matemáticas, que había publicado artículos de nivel internacional (la Revista Matemática Cuyana) fue cerrada. Su delito había sido haber sido creada durante el gobierno de Perón.

La primera computadora en una Universidad argentina

Como hemos mencionado, después de la caída de Perón Manuel Sadosky fue nombrado profesor en la Universidad de Buenos Aires. Como estaba interesado en matemática aplicada y computación, insistió mucho en la necesidad de fundar un Instituto de Matemática Aplicada y Computacional (el ya mencionado Instituto de Cálculo), que finalmente fue creado. En 1961 Sadosky fue nombrado Director de dicho Instituto. Además, el CONICET financió la compra de la primera computadora universitaria, la Mercury Ferrante que comenzó a operar en 1961, y se creó la carrera de computador científico, en 1963, primera carrera de computación del país, que otorgaba el título de “computador científico”, con un plan de estudios más corto que las tradicionales licenciaturas (ver Jacovkis [2006]).

La Mercury II de Ferrante, que costó 152.099 libras esterlinas de la época) era una máquina que ahora mueve a risa, pero fue muy importante para su época. Tenía una memoria de 1024 palabras de 40-bits, una memoria auxiliar que inicialmente consistía de 16.384 palabras, entrada de datos mediante cinta perforada de papel, salida mediante cinta perforada y teletipo (después se le agregaron aparatos para modernizarla). Necesitaba un gran espacio con aire acondicionado. Como además en 1960 fueron importadas cuatro computadoras comerciales (ver Babini [2003]), ese año puede ser considerado el del comienzo de la “informatización” de la sociedad argentina.

El Instituto de Cálculo de la Universidad de Buenos Aires

Desde su fundación en 1961 hasta el golpe militar de 1966 que derrocó al Presidente Illia, después del cual casi todos sus miembros renunciaron, el Instituto de Cálculo llevó a cabo una actividad importante en matemática aplicada, tanto en proyectos de investigación como en contratos para terceros, ver por ejemplo Jacovkis [2006]. Hubo siete grupos de investigación en el Instituto, a saber, en economía matemática, dirigido por Oscar Varsavsky, en investigación operativa, dirigido por Julián Aráoz, en estadística, dirigido por Sigfrido Mazza, en mecánica aplicada, dirigido por Mario Gradowczyk, en análisis numérico, dirigido por Pedro Zadunaisky, en sistemas de programación, dirigido por Wilfredo Durán, y en lingüística computacional, dirigido por Eugenia Fischer. Los trabajos para otras instituciones permitieron la financiación y contratación de personal. En 1966 trabajaban en él unas cien personas.

Es interesante ver la diversidad de temas en los cuales el Instituto estaba interesado. Por ejemplo, se hizo un modelo de ríos andinos, por medio de simulaciones numéricas, mediante un contrato con el Consejo Federal de Inversiones (CFI) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL); modelos hidrodinámicos fluviales de ríos con lecho fijo y móvil; el modelo macroeconómico MEIC, un modelo matemático de la Utopía de Tomás Moro. Los clientes eran todos los departamentos de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, muchos científicos de todo el país, la CONEA, Ferrocarriles Argentinos, etc. Además, hubo una fructífera colaboración con la Universidad de la República, en Montevideo, Uruguay.

El período 1966-1983

Después del golpe militar de 1966 algunos ex miembros del Instituto de Cálculo comenzaron a trabajar como consultores privados, y participaron en (o dirigieron) interesantes modelos matemáticos; por ejemplo, la firma de consultores ACT llevó a cabo entre 1967 y 1971 el modelo matemático de la cuenca del Río de la Plata y varios proyectos de investigación operativa; desde 1971 el Estudio Gradowczyk y Asociados llevó a cabo modelos matemáticos hidrodinámicos, de predicción de crecidas, de diques y embalses, etc. En Bariloche un equipo interdisciplinario de la Fundación Bariloche diseñó e implementó el Modelo Mundial Latinoamericano (ver Herrera et al [1976]) que, en cierto sentido fue un modelo global influyente como alternativa al modelo de Meadows et al [1972] preparado para el Club de Roma; no olvidemos que en ese entonces los modelos globales interdisciplinarios eran extremadamente populares.

En 1975, sin ningún apoyo oficial, se fundó ASAMA, la Asociación Argentina de Matemática Aplicada. Debido a la situación política, esta asociación tuvo corta vida; en 1976 su Presidente, Hugo Scolnik, tuvo que exiliarse. Pero en algunas universidades lejos de Buenos Aires hubo una actividad interesante en matemática aplicada (en matemática pura, aunque con restricciones, siguió habiendo actividad en los centros habituales); por ejemplo, la Universidad Nacional del Litoral creó, en la Facultad de Ingeniería Química, su título de licenciado en matemáticas aplicadas en 1972, y los primeros graduados se recibieron en 1977. En 1995 en esa misma institución se creó el doctorado en matemáticas aplicadas.

Antes que eso, en la flamante Universidad Nacional de Rosario (creada sobre la base de la rama rosarina de la Universidad Nacional del Litoral), se había creado el Centro de Matemáticas Aplicadas y Cálculo en 1969. Entre 1970 y 1976 su director fue Edmundo Rofman, que firmó acuerdos con instituciones europeas, especialmente el INRIA (Institut de Recherche en Informatique ete Automatique). Finalmente Rofman emigró en 1976 a Francia, y el Centro desapareció por falta de continuidad.

Para esa época, las autoridades del Departamento de Matemática de la Facultad de Ciencias Exactas se interesaron en matemática aplicada; convencidas gracias al entusiasmo de Miguel Herrera, que unía una capacidad sobresaliente como matemático con una visión global de las matemáticas, y que entendía perfectamente bien la importancia de la interacción entre matemática pura y aplicada, el Departamento de Matemática incorporó algunos matemáticos aplicados, especialmente el joven Hugo Folguera, ingeniero y matemático, y el distinguido astrónomo-matemático Pedro Elías Zadunaisky, para enseñar cursos de análisis numérico. De todos modos ambos renunciaron en 1975, debido al clima político existente. Zadunaisky continuó su brillante carrera en la Comisión Nacional de Actividades Espaciales, y Folguera, gravemente enfermo, murió prematuramente en 1979. Cabe mencionar que Zadunaisky había estudiado ingeniería en Rosario y había comenzado su carera en mecánica celeste en el Observatorio de La Plata, bajo la dirección del brillante astrónomo y matemático aplicado alemán Alexander Wilkens, quien vivió en Argentina y trabajó en la Universidad Nacional de La Plata en la época de los nazis.

De todos modos, todo el período 1966-1983 (incluyendo el turbulento período 1973-1974) fue muy complicado para la ciencia en general, y para la matemática en particular. En 1966, al mes del golpe de estado contra Illia, se produjo el episodio conocido como la Noche de los Bastones Largos, en el cual, pocas horas después de que la dictadura del Gral. Onganía aboliera la autonomía universitaria, la Policía Federal, al mando de un general del Ejército, entró a saco en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires y detuvo a todos los profesores, graduados y estudiantes presentes, después de golpearlos. El episodio se hizo mundialmente famoso porque entre los profesores estaba un distinguido matemático norteamericano, el Dr. Warren Ambrose, quien dirigió poco después una carta al New York Times, rápidamente publicada. Entre los muchos profesores renunciantes hubo numerosos del Departamento de Matemáticas, empezando por el propio Dr. Sadosky. Si bien la represión no se puede comparar con la que hubo unos años después (hubo contusos, no desaparecidos), simbólicamente la Noche de los Bastones Largos ha quedado en la historia como símbolo de los ataques del autoritarismo a la ciencia. El siguiente episodio gravemente discriminatorio, también en la misma Facultad, se produjo en 1974, cuando la Presidenta María Estela Martínez de Perón designó Rector Interventor al abogado Alberto Ottalaghano. Todos los docentes fueron dejados cesantes, y para ser reincorporados debían pasar severos filtros ideológicos.

Desde 1983

Desde 1983 la discriminación política cesó en la Universidad y en la ciencia argentina. Los problemas de la matemática pasaron más bien por las estrecheces económicas, al igual que todas las demás ciencias, que han disminuido sensiblemente en estos últimos años. Al lado de la venerable Unión Matemática Argentina, que agrupa a prácticamente todos los matemáticos del país, han surgido otras sociedades, sea específicas (la Sociedad Argentina de Estadística existe desde 1952, pero ASAMACI, Asociación Argentina de Matemática Aplicada, Computacional e Industrial, fue creada en estos últimos años), sea más interdisciplinarias (como la Asociación Argentina de Mecánica Computacional, AMCA).

La historia de la matemática argentina indica que, pese a que es una ciencia más “neutra” que las ciencias sociales y humanas, e incluso que la física y la biología (el comienzo del Universo y la teoría de la evolución han sido en diversas épocas y países, incluso el nuestro, focos de irritación) no ha escapado a las consecuencias de visiones autoritarias de la vida y de la sociedad. Pero es interesante comprobar cómo, así como se perjudicó por las persecuciones políticas en nuestro país, se benefició por las persecuciones en otros (España, Italia, Alemania).

Referencias

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